Ficha de Demon Copperhead. Madre: huérfana, casas de acogida, politoxicómana a los dieciocho, ningún pariente conocido, muerta por sobredosis de OxyContin. Padre: muerto. O directamente "no existente", según el certificado de nacimiento. Y Demon: desde los diez años en casas de acogida, trabajos clandestinos en plantaciones de tabaco y en vertederos ilegales, altas probabilidades de seguir el camino de sus padres.
No recordaba un narrador como este. ¡Qué maravilla! Qué voz tan especial, tan directa, divertida, salvaje, tierna. Demon Copperhead ya ha pasado a formar parte en mi cabeza del grupo de personajes elegidos, esos cuya personalidad es tan arrolladora que titulan las novelas que protagonizan. Pienso en la Regenta, el Conde de Montecristo, Jane Eyre, Lolita, Madame Bovary, la señora Dalloway, y por supuesto, David Copperfield, inspiración directa de la que se ha servido Barbara Kingsolver para crear este demonio cabeza de cobre que me ha robado el corazón.
Demon Copperhead puede leerse como el David Copperfield del siglo XXI: a pesar del siglo y medio largo transcurrido entre las dos novelas, la pobreza infantil y la violencia institucional a la que todavía se somete a los niños huérfanos en nuestras sociedades provocan rabia y una empatía dolorosa que nos puede cambiar la forma de ver el mundo. Esta historia es dura y terrible, despiadada como la vida en las comunidades más pobres de Estados Unidos. También es emocionante y divertida. Cada página desgarraría si no fuera por la ternura y el humor que amortiguan los golpes. Y es una historia cotidiana, tan cotidiana como en la Inglaterra de Dickens, con su plaga del capitalismo más puntero que llegó para salvarnos del dolor: los opioides.
He pensado en muchas cosas leyendo esta novela. Es una historia llena de ramificaciones que me han llevado por caminos imprevistos dentro de mi cabeza. Esa es la magia, también, que consigue Kingsolver: hacer que un chico de barrio rico se convierta mientras lee en un niño desahuciado por el sistema y la música de la historia le resuene con fuerza por dentro. He pensado, por ejemplo, que si desde niño te intentan disciplinar con las palabras adecuadas y el tono preciso, aunque sea sin violencia explícita, es muy probable que ya no puedas sacarte nunca esa voz de la cabeza. Y la presión ejercida no necesitará repetirse: tú la ejercerás sobre ti mismo, tú mismo serás la voz que te castigue, porque ya no sabrás diferenciar tu propia voz de la voz que te maltrató. He pensado en ese gusano insaciable que te persigue por los sueños y se hace pasar por ti y te castra como un día quisieron castrarte y, peor aún, no contento contigo, trata a su vez de castrar a los demás. Y he pensado en la liberación y en la gloria cuando un día dices basta. Un fuego prende en tu interior y te atreves, oh, terrible transgresión, a decir basta. La liberación y la gloria cuando te prometes usar el incendio abrasador que te alimenta para vengarte de quien te metió esa violencia en la cabeza.
Esta es la infancia de un niño de diez años que sueña con ver el mar, pero cuyo horizonte es la jaula del sistema de acogida. Pasando de una asistente social a la siguiente. Enamorándose de todas, porque todas le ofrecen estabilidad, cariño, lealtad: hermosos castillos en el aire. Todas son jóvenes y equilibradas como le habría gustado que fuese su madre y van por la vida muy seguras de sí mismas. Y todas desaparecen al cabo de unos meses, sin despedirse. Y vuelta a empezar con la siguiente. Y la paciencia, la paciencia de sonrisa rota mientras la nueva se lee tu expediente y se aprende tu nombre y la rueda de la dependencia vuelve a girar con su chirrido disfuncional. ¿Qué quieres ser de mayor? ¿Lo has pensado ya? No, no lo ha pensado. Con el daño que hace soñar con castillos en el aire. Con seguir vivo de momento ya le vale.
A través de su héroe inolvidable, Barbara Kingsolver también ha hecho un retrato de ese segmento social estadounidense llamado despectivamente white trash, basura blanca, esa comunidad rural blanca y pobre que vive en la América profunda, que sufre un clasismo salvaje y siente que el mundo la ha dejado atrás. "De pie sobre un pequeño montículo de mierda, luchando por no perder lo único que te sostiene", que también es lo que te lleva directo a la tumba. Vidas que no dejan marca, barridas por el olvido y el OxyContin. Vidas destruidas para que los millonarios de turno, como los Sackler y su empresa Purdue Pharma, se forren vendiéndoles adicción, agonía y muerte.
Demon Copperhead es una novela sobre la búsqueda de dignidad y de reconocimiento de un chaval tratado desde niño como una mercancía intercambiable entre los servicios sociales y las casas de acogida. Un chaval sin amarres, sin esas cuerdas que a los que hemos crecido en entornos seguros nos unen a la familia y a los amigos. Esos apegos firmes y estables que damos por hecho y nos mantienen en pie para él son cabos sueltos y descontrolados que no solo no le sirven de asidero sino que en cualquier momento pueden convertirse en látigos que le dejan el cuerpo en carne viva. Con que busques en tu interior una pizca de empatía y de la imaginación necesaria para leer con humildad, este libro no solo te va a llevar a un viaje alucinante, sino que te va a traer de vuelta con el mar en los ojos y el corazón blandito.
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