jueves, 5 de octubre de 2023

NO LO HARÉ BIEN

"Los hombres tienden a atribuir sus éxitos a sus capacidades, mientras que las mujeres suelen hacerlo a causas externas como la suerte, o a causas temporales, como el esfuerzo". Mientras leo este libro de Emma Vallespinós le pregunto a P. si esto lo ha visto en sus clases del instituto. Sí, me responde. Constantemente. Por regla general, las chicas piensan que van a sacar peores resultados de los que sacan. Y los chicos piensan que van a sacar mejores resultados. Las chicas se subestiman. Los chicos se sobreestiman. Es un desequilibrio estructural que hunde sus raíces en los estereotipos de género y en la violencia implícita que nos rodea y con la que nos educan desde que nacemos. Esta expresión castradora del patriarcado es el tema de este libro amenísimo, mordaz y ocurrente que se lee del tirón y que te hace reír mientras te despierta la rabia. ¿Solución? Muy fácil. Feminismo, feminismo y más feminismo. 

Cuando las mujeres aspiran a ocupar un espacio que nunca les ha pertenecido, una voz interior salta: pero tú adónde vas, pero qué haces, pero tú quién te crees que eres. Es la voz que te dice que no puedes, la misma voz que convenció a la brillantísima Clara Schumann de que dejara de componer, porque si no había habido nunca mujeres compositoras, es que las mujeres no podían hacerlo. Inciso: sí las había habido, bastantes y muy buenas (Anna Beer lo cuenta muy bien en Armonías y suaves cantos), pero en 1840 ni Clara Schumann ni nadie sabía de ellas porque los hombres que se ocupaban de establecer los cánones despreciaban todo lo que hubieran creado las mujeres. 

He leído este libro pensando todo el rato en la importancia de escuchar y validar las experiencias, las emociones y los logros de los demás para no ir por la vida dañando autoestimas. Desde un plato de lentejas hasta un concierto de piano, desde el aluvión de tristeza tras una ruptura hasta el entusiasmo por un tono de azul en un cuadro de Vermeer. Escuchar y valorar. Decir lo bueno para potenciarlo, y callar lo malo, a menos que sea para ayudar a mejorarlo. Y me he acordado de todas esas personas que a lo largo de tantos años de carrera estaban convencidas de que la mejor forma de enseñarme a tocar mejor el piano era señalar el error y nunca el acierto, en una pedagogía cruel que fabrica máquinas frágiles que no solo no toleran la mínima desviación de su idea de perfección, sino que casi nunca disfrutan verdaderamente con lo que hacen. 

La falta de validación provoca inseguridad e incapacidad y castra el desarrollo personal de cualquiera. Si en tu entorno familiar, laboral o social te dan a entender no solo que no tienen grandes expectativas sobre tus capacidades, sino que es mejor que esto o aquello no lo intentes porque no vas a conseguir hacerlo, entonces probablemente terminarás aceptando que, efectivamente, no podrás hacerlo y ni siquiera lo intentarás. "Nos construimos a través de la mirada del otro: de lo que se espera de nosotras, de la confianza que se nos deposita, de cómo se nos juzga". Da vértigo pensar en la cantidad de talento destruido por culpa de todos esos reproches aparentemente intrascendentes, esas burlas divertidas con las que pensamos que educamos mientras castramos la autoestima ajena. 

Si esto que me pasaba a mí me ha creado un rastro de inseguridad del que es probable que nunca consiga deshacerme del todo, no quiero ni imaginarme lo que provocó en mis compañeras de conservatorio. Al final, era una simple cuestión de expectativas infladas y desfiguradas. "Estar a la altura de las expectativas de los demás es complicado. Estar a la altura de las expectativas de una misma es todavía peor". Y es que a menudo la vida de las mujeres se parece a un centro de alto rendimiento en el que "la culpa siempre es mía, pero del mérito solo me corresponde una porción. Y pequeñita, que engorda". Leo esto y un sinfín de mujeres que conozco empiezan a saludar en mi cabeza (sí soy, sí soy). ¿Os pasa también?

"No lo haré bien" es el mantra que resulta de todo esto. Pero también, a la vez, hay otro más insidioso todavía, porque no trata sobre capacidad, sino sobre identidad: "no estaré bien". Ni todo lo guapa, delgada, depilada, morena, tersa y lozana que hay que estar. La presión estética que se ejerce sobre el cuerpo de las mujeres crea una tupida red de complejos e inseguridades (que pueden fácilmente derivar en trastornos graves) de la que es muy difícil desasirse. Más cuando esa presión no solo la ejercen la publicidad o el cine o las tallas de ropa, sino las personas más cercanas que más deberían validarnos como somos, y no como piensan que deberíamos ser. 

"¿Cuánto nos determina lo que aprendemos que es "lo normal" en lo que acabamos siendo?"
Si alguien no tiene oportunidad, es muy difícil que demuestre su talento. Casi todos los músicos tuvieron padres que les apuntaron a clases, escuchaban música en casa e invirtieron en su educación musical. ¿Cuántos padres apuntan a sus hijas a ajedrez, a fútbol o a percusión? Y luego pensamos que si apenas hay mujeres ajedrecistas, futbolistas o percusionistas es porque esos campos no les interesan. 

Este es un libro sobre el síndrome de la impostora, un síndrome extendidísimo que yo apenas conocía, aunque todo en él me sonaba conocido. "Las impostoras buscaremos diecinueve maneras de justificarnos: no fue tan complicado, prácticamente no hice nada, me ayudaron mis compañeros, la idea fue de otro, tengo un buen maestro, no le dediqué mucho rato o, bueno, la verdad, no es para tanto. Con lo fácil que sería levantar la cabeza, sonreír y decir: gracias, me esforcé mucho". 

Gracias, Emma. Has ordenado en mi cabeza puzles que estaban hechos un desastre. No sabes lo que he aprendido leyéndote. 




 

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