lunes, 30 de octubre de 2023

EL AFFAIRE ARNOLFINI

En segundo de bachillerato no me fiaba de mi profesora de Lengua. Me parecía una antoñita la fantástica de mucho cuidado. Todo empezó con una clase sobre los poemas de Lorca. Me pidió salir a la pizarra a recitar el Romance de la pena negra y aquello nos puso la piel de gallina a todos (a todos los que no iban a clase a dormir, claro). No porque yo lo hiciera especialmente bien, sino porque algunos versos parecían traer incorporado un altavoz de amenaza y escalofrío. Por ejemplo, aquello de ¡Qué pena tan grande! Corro / mi casa como una loca, / mis dos trenzas por el suelo, / de la cocina a la alcoba. / ¡Qué pena! Me estoy poniendo / de azabache carne y ropa. Era decirlo y ver entrar una sombra. En invierno. A las ocho de la mañana. Brrr. El caso es que Lorca no se podía quedar en una sensación. Desgraciadamente no bastaba con que proyectara en nuestra imaginación esos halos de misterio y aprensión. Tenía que decirnos más cosas. Y aquella profesora estaba dispuesta a instruirnos. Después del poema, se puso a escribirlo en la pizarra. Y verso a verso, adjetivo a adjetivo, empezó a interpretarlo, desglosando capa a capa cada símbolo y significado hasta que aquello quedó lleno de flechas y corchetes como si fuera un ejercicio de matemáticas. Con ella aprendí que la literatura puede significar muchas cosas, y que a menudo las capas de significado, según quién las interprete, pueden desembocar en un galimatías loquísimo. Lorca había empezado la clase rodeado de un halo de seducción oscura y misteriosa para terminar tendido en una mesa de disección, iluminado cruelmente con la tiza blanca de aquella profesora. ¿Qué le queda al arte cuando le robas sus misterios?, pensé. Matemáticas. Y despojo de forense. 

Pero también es verdad que a menudo el arte, y más todavía aquel cuyo lenguaje no está codificado con palabras, está hecho de símbolos sin los cuales se reduce a un esqueleto, a una mera función estética. Y no solo el arte, la vida en general tiene sentido en función del significado que le demos. De los matices ocultos, las dobles intenciones, los guiños y trampantojos, los secretos celosamente guardados y un sinfín de capas simbólicas que nos enriquecen la imaginación y nos elevan como humanos. 

Sobre el significado del arte trata este pequeño libro, y sobre el posible significado de un cuadro en concreto, El matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyck, de 1434. Jean-Philippe Postel despliega una labor detectivesca, al más puro estilo Sherlock Holmes, para guiarnos por los detalles del cuadro que encierran algún secreto, que son casi todos. Nos enseña a mirar preguntándonos, cuestionándonos lo que creemos ver para mirar más profundo, más lejos, para que la vista no nos engañe con las apariencias y podamos penetrar en una realidad más compleja y más apasionante. 

¿Qué representa este cuadro tan conocido? ¿Un juramento, una boda, una aparición, un epitafio? "No son los elementos los que determinan el conjunto, sino el conjunto el que determina los elementos". Y nos podemos quedar mirando el cuadro y pensando en esta frase un buen rato, dándole vueltas a lo que significa, a las expresiones de los rostros, a ese espejo misterioso del fondo, a los detalles, a la luz. Y qué más da si nos gusta o no nos gusta, lo de menos es eso, lo de más... Lo de más es la fascinación. 

El affaire Arnolfini me ha recordado a El retrato del señor W. H., en el que Oscar Wilde elucubraba con erudición irresistible sobre la enigmática identidad de la persona destinataria de los sonetos de Shakespeare. Al final, estas investigaciones, cuya minuciosidad las hace coquetear con la fantasía, resultan tan atractivas porque nacen de la fascinación de sus autores por el misterio del arte. No hay nada más fascinante que dejarse contagiar de la fascinación ajena. Eso sí, siempre que el misterio no se convierta nunca en verdad diseccionada ni se quede sin sitio para seguir volando libremente, y tanto la pena negra, como el amor de Shakespeare y los supuestos Arnolfini sigan siendo inabarcables e infinitos como el material del que están hechos los sueños. 





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