lunes, 23 de octubre de 2023

LA DOBLE JORNADA

La familia, ay, la familia. Hablemos de la familia. La familia siempre ha sido el organismo de bienestar para los hombres trabajadores. Estos sabían que, por larga que fuera su jornada laboral, al llegar a casa no tendrían que seguir trabajando. La familia, es decir, las mujeres, siempre han sido las trabajadoras sociales de sus maridos. Pero a partir de los años sesenta la cosa empezó a cambiar. Las mujeres se fueron incorporando cada vez más al mercado laboral y el modelo de familia tradicional empezó a resquebrajarse. Era una auténtica revolución. Un salto histórico sin precedentes. ¡La liberación de la mujer, aleluya! Pero, desgraciadamente, fue una revolución que solo vivieron las mujeres. Una revolución estancada que, a día de hoy, sigue sin despegar. La mayoría de los hombres miraban desde el arcén cómo sus mujeres trabajaban. Y sonreían, muy modernos, ellos. Yo encantado de que trabajen, decían, mientras la cena siga estando lista cuando yo llegue a casa. Pero, ay, amigo, te has casado con una mujer, no con una superwoman, y si ella trabaja las mismas horas que tú y para ella el día tiene las mismas horas que para ti, ¿por qué narices tiene que prepararte la cena? Ya, ya sé que es difícil de gestionar. Para ayudar a la digestión, recomendamos un pastillita diaria de feminismo. ¡Remedio infalible! 

Cuando una dinámica siempre ha sido igual no se describe. No se le ponen palabras. La mujer cocina, friega, limpia, ordena, administra, cuida de niños y mayores, recibe a los invitados, mantiene los vínculos sociales, recuerda cumpleaños y fiestas, intercede, disculpa y mantiene unida a la familia. El hombre se ocupa del coche, de las herramientas, de arreglar lo que se rompe, de bajar la basura, de cargar peso, de conducir, de pagar en público, de liderar en público, de sentar cátedra, de aconsejar. Un esquema parecido a este se repite en millones y millones de familias en todo el mundo. Es lo normal. Lo de siempre. Lo de toda la vida. Es tan obvio que ni se menciona. Hasta que le pones palabras a la desigualdad que provoca, y entonces las vergüenzas del sistema afloran como cánceres que nos siguen arruinando la posibilidad de vivir en libertad. 

Palabras a la desigualdad. Palabras como doble jornada. Brecha de ocio. Brecha salarial. Carga mental. Trabajo doméstico no remunerado. Discriminación de género. Palabras como estas. Mujeres sirvientas de sus maridos. Sí, sirvientas, llamemos a las cosas por su realidad comprobable. Mujeres-madres, mujeres-hermanas, mujeres-esposas, mujeres-hijas, nunca mujeres sin más, mujeres por sí mismas, sin dependencias, sin sometimientos. Siempre mujeres dependientes, mujeres sometidas, encerradas en jaulas invisibles, mujeres esclavas de sus propios vínculos. 

"Las mujeres que hacen una primera jornada en el trabajo y toda una segunda jornada en casa no pueden competir en las mismas condiciones que los hombres". Lo que sucede en casa también es trabajo, aunque no remunerado. Sin ese trabajo, abrumadoramente feminizado, el mundo se paralizaría. Para empezar, los hombres dejarían de alimentarse, así de sencillo y así de ridículo. La cantidad de hombres que todavía hoy, sin sus mujeres en casa, no son capaces de subsistir por sí mismos me hace avergonzarme de la especie humana. Y lo peor es que muchas veces su privilegio es protegido por las mismas mujeres que lo sufren. 

Y es que lo que queremos no siempre se refleja en lo que hacemos. Hoy en día, si les preguntas sobre el reparto de tareas domésticas, la mayoría de hombres y mujeres responderán que lo ideal es que sea igualitario. Y que ya es igualitario, dirán muchos. Ahora, cuando bajamos a los detalles de quién hace qué, quién lleva la iniciativa y soporta la carga mental de las tareas, quién "ayuda" a quién y cómo se realiza ese reparto, llegan las excusas: no, es que a mí se me da mejor cocinar y a él reparar cosas (como si una actividad diaria con horario fijo pudiera compensarse con otra ocasional sin horario); no, es que yo soy más resolutiva y si cocino pues ya hago la lista de ingredientes, planifico los menús y hago la compra; no, es que a las mujeres nos han educado para saber hacer estas cosas y a los hombres no, y no me voy a poner a enseñarle a coser a estas alturas, estaría bueno; no, pero mi marido me ayuda muchísimo con todo, pone la mesa, pela las patatas, barre, tengo una suerte, si vieras a los maridos de mis amigas, bueno, ¡un disparate!

Arlie R. Hochschild


Yo tengo mucha suerte, mi marido me ayuda, dicen las mujeres "afortunadas". Afortunadas, porque cuando un hombre "ayuda" a su mujer a hacer un trabajo cuyo resultado redunda en un beneficio común, parece que está haciendo algo generoso, algo poco habitual. ¿Hablan los maridos de sentirse "afortunados" cuando sus mujeres soportan la mayor parte de la carga del trabajo doméstico no remunerado? ¿Se alegran alguna vez de que sus mujeres les "ayuden" con las tareas? 

Este ensayo amenísimo, lleno de ejemplos concretos de parejas a las que la socióloga Arlie R. Hochschild acompañó durante años en su día a día, pone el foco en la importancia de los afectos y de los cuidados en nuestra sociedad, así como en la gratitud cotidiana como forma igualitaria de relacionarse. También relaciona directamente la armonía conyugal con un reparto equitativo de las tareas domésticas, y, por tanto, la desigualdad de género en casa con una fuente inagotable de conflictos y de incapacidades. La lentitud glacial con la que va cambiando nuestra idea sobre lo que es "un hombre de verdad", sobre lo que asociamos a lo femenino y a lo masculino, hace que a menudo muchas parejas lleguen a un punto en el que tengan que decidir entre una relación estable o una relación igualitaria. Conseguir una relación estable que a la vez sea igualitaria parecía el unicornio de finales del siglo XX. Y en 2023 no parece que nos estemos acercando de verdad a esa utopía, cuando todavía el 70% de las horas dedicadas al trabajo doméstico no remunerado recae en las mujeres (Instituto Europeo para la Igualdad de Género). 

Este libro trata sobre planchar y cuidar de los niños, sobre limpiar los baños y cocinar. Qué apasionante, ¿verdad? ¡Un ensayo académico sobre las tareas domésticas! Una mujer tenía que escribirlo. Efectivamente. ¿Qué hombre iba a dedicar su carrera a algo más importante que lo que nos define como seres humanos? Pues sí, el reparto de tareas domésticas que haces con tu pareja define tu idea de entender el género, la igualdad, la economía familiar, la independencia, la libertad personal y, bueno, tu lugar en el mundo en general. En definitiva, que limpiar o no limpiar el baño puede ser el desencadenante de una vida digna... o lo que la encadene para siempre a la indignidad de la dependencia y el sometimiento. Quién lo hubiera pensado. 





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