Pues ya tenemos nuestro libro feliz del año. Y mira que son difíciles de encontrar, los libros felices. Los buenos libros felices. O, mejor dicho, los libros cuya felicidad intrínseca tenga la calidad literaria y un contenido lo suficientemente interesante como para no ser solo un barniz, una capita de azúcar glas que se esfuma al cerrar la puerta como la sonrisa de un vendedor de enciclopedias.
Lecciones de química es un libro feliz. Y, como todo buen libro feliz, está lleno de desgracias. ¿Qué es la felicidad sino el contraste con lo que duele, la luz que emerge del dibujo y solo se ve porque a su lado hay un color oscuro que la hace aparecer? Está lleno de desgracias, contadas todas ellas con estoicismo y un punto de ternura, con ironía y rabia, con ganas de cambiarlas, incluso las más inamovibles. Porque, como Elizabeth Zott sabe muy bien, la química es transformación y la vida es química. Por lo tanto, la vida es cambio, cambio constante. Y eso predica desde Cena a las seis, su programa de televisión.
Estamos en los años cincuenta en California y la vida no es fácil para las mujeres. Especialmente, para las mujeres científicas que quieren estudiar en la universidad y trabajar en laboratorios, igual que sus colegas hombres. Elizabeth Zott no entiende por qué los hombres, en lugar de dirigirse a ella como una igual, pretenden tocarla, dominarla, controlarla, acallarla, corregirla o decirle lo que tiene que hacer. ¿Tan difícil es que te traten simplemente como a un ser humano?
Tras una serie de laberintos llenos de curvas peligrosas, Elizabeth termina dirigiendo, muy a su pesar, el programa de cocina más influyente de la televisión. Decide que la cocina es química, y la química es un asunto muy serio. Así que se va a dirigir a las mujeres con seriedad. Las va a tratar con la dignidad que se merecen. Sin poses seductoras, sin infantilismos. Les va a hablar de ciencia. De responsabilidad. Porque está harta de estupideces. Y no está dispuesta a perpetuar el mito de que las mujeres son unas incompetentes, o peor, unas menores de edad a las que solo se las puede tratar con paternalismo.
Lecciones de química es un canto jovial y entusiasta a la igualdad de género. Todas "esas varas de medir con las que tratamos de determinar nuestra valía (sexo, raza, religión, patrimonio, política, nacionalidad, lengua, estudios) son inútiles. Cena a las seis, por el contrario, se basa en lo que tenemos en común, en nuestra química". "Son treinta minutos, cinco días a la semana, de lecciones de vida. Pero no sobre lo que somos o sobre la materia de la que estamos hechos, sino sobre nuestra capacidad para transformarnos".
Si la química es transformación y la vida es química, la vida es cambio. Así que tratemos de cambiar todos los días, nos dice Elizabeth. Y cómo no hacerla caso, si nos hace tan felices.
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