Respecto a los libros sobre el duelo hay dos actitudes diametralmente opuestas: por un lado están los que quieren leer todo lo que se haya escrito, y por otro los que no quieren leer ni saber nada de la muerte. Son dos actitudes muy comunes. Curiosidad o negación. Necesidad de compañía y consuelo, de encontrar personas que hayan pasado por lo mismo y hayan sabido capear las emociones de formas imaginativas y poderosas. O necesidad de enterrar la cabeza en la tierra para no pensar, para no digerir nada, esperar que el duelo pase como si fuera una tormenta y confiar en que si mantenemos los ojos bien cerrados y los puños bien apretados todo irá mejor.
Yo leo libros sobre duelos y pérdidas para aprender de lo que no se habla. Para pensar en las muertes que tanta gente nos dice que tenemos que acarrear por separado y en silencio. Las muertes privadas que uno no puede sacar en una conversación sin ser inmediatamente acallado por los escandalizados guardianes del decoro. Leo sobre pérdidas para aprender, para enriquecer mi relato de las que ya he vivido y para ir fabricándome poco a poco las herramientas necesarias con las que sobrellevar las siguientes cuando toque. Y este libro de Tereixa Constenla, quizá sin proponérselo, es una fuente preciosa de aprendizaje y valor, una mano amiga que te ayuda a caminar por los laberintos del duelo.
Como los mejores testimonios sobre la pérdida de un ser querido, Cuaderno de urgencias es una carta de amor. Amor profundo y vibrante. Tejido con respeto, admiración y calma. Y la consciencia del privilegio que supone haberlo encontrado. Es un homenaje a la fiesta de estar vivos.
Me he visto reflejado en tantas páginas. También en cosas que quizá la autora no pretendía. He pensado mucho en el consuelo. En cómo consolamos y cómo nos consuelan. He revivido muchas escenas en las que me han consolado aleccionándome: tú lo que tienes que hacer ahora es mirar hacia delante, mantener la mente ocupada. Y he recordado lo poco que ayuda ese paternalismo, esa mirada desde la altura del "tú hazme caso que yo sé mejor que tú lo que a ti te conviene". Qué decepción (y qué furia) cuando uno necesita más que nunca empatía, cariño y una mirada horizontal, y se encuentra con ese sermón vertical de cura de otra época.
"Eres la única que me mira sin pensar que me voy a morir". Esta frase tan sencilla, esta piedrecita, también ha creado muchas ondas concéntricas en mi mar en calma. Y me ha hecho pensar sobre la mirada que solemos proyectar hacia la enfermedad y la muerte. Sobre el pánico que nos da asomarnos al final de la vida. Y cómo ese pánico deshumaniza al enfermo, le coloca la etiqueta de víctima y nos impide verle como la persona que es, más allá de su enfermedad. De repente nuestra hermana, nuestro marido o nuestra madre ya no son la hermana, el marido y la madre que siempre han sido. Ahora son los enfermos, los que se van a morir, los pobrecitos, los frágiles. Y que te miren así, con la mirada repleta de vida y confianza, como Álex se sentía mirado por Tereixa, es un privilegio. Es una prolongación de la vida. Es dignidad donde siempre la ha habido. Es futuro cuando ya apenas queda.
Tereixa Constenla también escribe sobre "la intromisión sin miramientos en los cuerpos de los enfermos, como si fueran tierra de nadie, un fenómeno que también soportan las embarazadas, cuya tripa se considera un espacio libre de circulación y manoseo". También: "La infantilización del paciente es un mal endémico de la sanidad. Estar enfermo no te retrotrae a la edad del lactante, pero a veces te tratan así". Y eso provoca que el paciente pierda el control sobre su cuerpo y se vuelva vulnerable, a merced de los demás, sin autonomía. Su cuerpo ya no es solo suyo, es el campo de trabajo de otros que deciden, pinchan y manosean sin pedir consentimiento. De otros, no solamente sanitarios sino a menudo también familiares, que tocan, desnudan, exhiben, como si al enfermar el cuerpo se convirtiera en un espectáculo público.
Me ha maravillado la naturaleza del amor entre Tereixa y Álex. Es un amor excepcional que parece común pero que es muy difícil de encontrar. Un amor que parece decir: te veo, te conozco y te quiero por lo que eres. No por el vínculo o el parentesco o la historia que tenemos. Sino por lo que eres, por lo que haces y piensas, por tu pasado en el que no estuve y tu futuro en el que quizá no esté, por lo que eres tú solo, sin mí. No te quiero por que seas mi marido ni por todo lo que hemos vivido juntos, te quiero por lo que eres independientemente de nuestros vínculos, por lo que eres sin nadie que te acompañe.
"Llegaste y te encerraste conmigo en nuestra habitación. Nos sentamos en la cama y me dijiste que tenías cáncer de páncreas. Y me pediste perdón. Dios, Álex, me pediste perdón. Podíamos habernos destruido. Tú con tu cáncer, yo con el mío. Tú con tu dolor, yo con el mío. Tú con tu miedo, yo con el mío. Tú con tu culpa, yo con la mía. Sin embargo, construimos una fortaleza medieval y nos metimos dentro. Un amor amurallado, inexpugnable".
Los mejores libros sobre el duelo son libros sobre el amor. Y este amor excepcional, hecho de felicidad y pérdida, me acompañará mucho tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario