Volver a Willa Cather es volver a la belleza, a la tranquilidad, al consuelo. Volver a una nobleza ruda y recta que hace de la bondad su mayor virtud. Y volver al deseo, también. A la ambición humilde y poderosa capaz de llevar a los personajes a logros insospechados. "El mundo es pequeño, la gente es pequeña, la vida humana es pequeña. Solo hay una cosa grande: el deseo".
Willa Cather siempre escribe sobre el asombro y el cultivo silencioso de lo maravilloso en nuestro interior. Ese tesoro indescifrable que nos hace ser quienes somos y nos saca de lo que conocemos y de lo que nuestro entorno espera de nosotros para llevarnos muy lejos, hacia lugares desconocidos con los que nadie nos enseñó nunca a soñar. Escribe sobre el miedo de levantarte un día, con el pelo canoso, y darte cuenta de que no has hecho nada de provecho, nada distinto a lo que han hecho millones de personas antes y de lo que se suponía que tenías que hacer tú también. El miedo, sobre todo, a olvidarte de imaginar que podrías haber hecho otra cosa. El miedo de convertirte en la rutina y la mediocridad, y acabar defendiéndolas como las únicas locomotoras posibles del tren de la vida.
Pero, sobre todo, la literatura de Willa Cather es un homenaje al triunfo de la voluntad, el trabajo, la constancia y el sacrificio. La gran recompensa del esfuerzo constante, algo que quienes hemos hecho una carrera artística o deportiva sabemos muy bien, algo que hemos interiorizado día tras día, sesión tras sesión, con sudor, con dolor, con desazón, construyendo ladrillo a ladrillo la fortaleza de la perseverancia.
Por la profundidad que se esconde en los pequeños gestos, la América profunda de esta autora me hace pensar en la del reciente desaparecido Kent Haruf y su trilogía La canción de la llanura. Esa bondad desarmante, no explícita, que es como una música de fondo, un ambiente, a lo largo de toda la historia.
¿Y qué cuenta este Canto de la alondra? Pues la historia de Thea Kronborg, una muchacha de origen sueco, con un talento fuera de serie y una individualidad indomable, que llegará a ser una gran cantante wagneriana. Me ha recordado mucho a Lucy Gayheart, por los ambientes musicales y la muchacha de un pueblecito que emigra al gran Chicago para perseguir su sueño con el piano. Y aunque la historia es muy interesante y pasan muchas cosas y hay escenas verdaderamente emocionantes que te agarran el corazón en un puño y te roban una lágrima, al final de la novela me quedo con esa sensación inigualable de belleza, tranquilidad y consuelo que solo me dan las novelas de Willa Cather.
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