Desde hace ya bastante tiempo, la frontera vasca entre Francia y España se ha convertido para mí en un lugar de peregrinación veraniega. Todos los pasos que conozco me encantan, pero en concreto la muga del valle de Aldudes tiene algo mágico. Una belleza de parar el coche en un saliente, salir y respirar con los ojos cerrados. Da igual cuántas veces vaya a pasar por allí, sé que siempre voy a hacer lo mismo. Como quien llega a casa de un viaje y se deja arropar por sus raíces elegidas.
No muy lejos de allí transcurre esta novela de Edurne Portela. Una novela que exuda montaña y naturaleza salvaje, y que transmite la adrenalina de las caminatas nocturnas por fronteras clandestinas. "Una vez que te conviertes en mugalari nunca volverás a ver el territorio de la misma manera. Lo verás con ojos avizores, ojos de noche, de tensión, de fugitiva". Los ojos de Maddi, la protagonista de esta historia, una mujer real, recia y libre, que vivió en el centro del torbellino de violencia de la guerra civil y la ocupación alemana de Francia.
Durante la primera guerra mundial, la frontera vasca vio cómo hombres franceses la cruzaban de noche para huir del reclutamiento obligatorio. Apenas veinte años después, la migración iría en sentido contrario y serían los españoles los que se refugiarían en Francia de las bombas y la represión franquista. Y de nuevo, inmediatamente, la dirección volvería a cambiar y las bordas españolas volverían a ser refugio (refugio precario y peligrosísimo por la sintonía entre España y la Alemania nazi) de miembros de la resistencia y combatientes aliados tras la ocupación.
Y Maddi siempre estaba ahí. Desde el mostrador de su hotel, ofreciendo cobijo a resistentes y pasando a clandestinos por una frontera cada vez menos porosa. Siempre sus ojos avizores ante los mil y un peligros, siempre poniendo su inteligencia y su cuerpo para combatir la violencia y la impunidad de los agresores.
He leído esta novela entre campos siempre verdes y mugidos de vacas en la lejanía. Rodeado de granjas y queserías, de la húmeda placidez de unos valles que, afortunadamente, llevan ochenta años sin mugalaris jugándose la vida en cada caminata. Y la voz de Maddi, tan bien recreada por Edurne Portela, me ha hecho apreciar todavía más estos paisajes de mis peregrinaciones estivales. Estas raíces elegidas tan pacíficas hoy, que hace no tanto ofrecieron para tantos una posible salvación ante tanta violencia.
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