lunes, 25 de octubre de 2021

UNA MUJER, UN VOTO

En esta historia hay hombres que dominan a sus mujeres a través del control de su dinero. Hay hombres que no aceptan que estas trabajen porque eso significaría que ellos no se bastan para mantener por sí solos a sus familias. Hay hombres que tienen el poder de conceder o negarles a sus mujeres el permiso para trabajar, para vender o comprar bienes o para sacar dinero del banco. Hay hombres que, respaldados por la ley, usan el dinero para someter a sus mujeres a su voluntad. 

En esta historia hay hombres que consideran que las mujeres no están preparadas para votar, porque no son capaces de pensar por sí mismas. ¿Para qué darles el voto si al final van a votar lo que les diga su marido o el cura en la iglesia? Hay hombres que defienden que las mujeres casadas no tienen que tener responsabilidad jurídica salvo para defenderse de una acusación en un juicio. Es decir, no pueden reclamar nada como víctimas, pero si son acusadas sí pueden defenderse independientemente de sus maridos, no vayan a cargar ellos con la culpa de sus mujeres. 

En esta historia hay hombres que no conciben que una mujer decente pueda tener relaciones sexuales con ellos y no querer casarse después. Hay hombres que piensan que es escandaloso que una mujer pretenda tener derecho a decidir sobre su maternidad en igualdad de condiciones. Hay hombres que no se cansan de acusar a las mujeres de ser volubles, histéricas, ignorantes e incapaces, desprecios con los que ocultan su necesidad de perpetuar sus privilegios sobre ellas y seguir tutelando sus vidas. 

Pero la persona más importante de esta historia no es un hombre, sino una mujer. Una mujer llamada Clara Campoamor, que participó en la comisión redactora de la constitución de la Segunda República y luchó por conseguir la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Gracias a ella, a su tesón y su capacidad de convencer a la mayoría de la Cámara, las mujeres españolas pudieron votar en dos elecciones, las de 1933 y las de 1936, antes de que llegara la dictadura de Franco y les arrebatara su legítimo derecho recién conquistado para condenarlas a cuarenta años de humillación y sometimiento. 

Las fuentes de este cómic son El voto femenino y yo, mi pecado mortal, de Clara Campoamor, y el Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes de la Segunda República. Recrea cómo se llegó a aprobar el voto femenino y entreteje la historia política con una historia individual de una mujer que desafía las convenciones de la época para criar a su hija sin depender de un marido. Con un dibujo sencillo que recuerda a una acuarela en blanco y negro, esta historia retrata una mentalidad machista que, gracias a la lucha de mujeres como Clara Campoamor, quedó desterrada de la mayoría de las leyes, pero cuyos ecos a menudo siguen rigiendo las relaciones privadas entre hombres y mujeres noventa años después. 



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