jueves, 14 de octubre de 2021

EL MÉTODO CATALANOTTI

Camilleri es casa. Lleva siéndolo toda la vida. Que yo recuerde, al menos. Ya era cuando metía sus primeras novelas de Montalbano en la mochila al irme de vacaciones, aquellas gloriosas vacaciones de dos meses que teníamos los estudiantes cuando no trabajábamos en verano. Recuerdo leerlas al sol, tirado sobre una toalla en un camping, y pensar: no quiero estar en otro sitio, no quiero hacer otra cosa, no quiero que esta sensación se acabe. Camilleri lleva siendo casa toda la vida. No sé si hay muchos escritores de los que pueda decir lo mismo.
Y es una casa que va cambiando. Como el inquilino, que soy yo. Ahora me fijo mucho más en la crítica social (¿o es que antes no la había?), en las diatribas de Montalbano contra los despidos masivos de las grandes empresas, la brutal represión policial de las protestas ciudadanas, la respuesta tan inhumana de nuestra querida Europa hacia los refugiados. Y disfruto como nunca el humor, que en esta novela está más presente que nunca (¿será que lo voy buscando más ahora?), y la ligereza de vivir que me transmite el tono de cada historia de Camilleri. 

En esta ocasión Montalbano está a dieta. Su querida Livia le ha cantado las cuarenta sobre su alimentación y el bueno de Salvo no deja de sentirse culpable por su proverbial glotonería. Adiós a la pasta 'ncasciata, los salmonetes fritos, los pulpitos, los cannoli y el alcohol. Pero un Montalbano a dieta no puede investigar nada con un mínimo de lucidez. Ni mantenerse sereno. Ni amar a gusto. Ni hacernos felices. 

La trama de esta novela, como siempre, es lo de menos. Tiene su femme fatale, sus platos exquisitos de Adelina, sus numeritos irresistibles de Catarella, y esa alegría de vivir tan llena de dudas y humanidad y ligereza que es la esencia de las historias de Salvo Montalbano. También tiene una traducción fantástica en la que no faltan giros como "no hubo tutía" o "salió de allí despepitada", y es una gozada poder leer con esa frescura y naturalidad que me recuerdan a las expresiones más bonitas de mi familia. 

Esta es su antepenúltima novela de Montalbano. Ya sólo quedan dos. Y me muero por leerlas y al mismo tiempo no quiero que se me terminen. No quiero llegar al final y saber que no va a haber ninguna nueva esperándome para meterse en mi maleta y detener el tiempo sobre cualquier toalla soleada. Y me temo que no me quedará más remedio que, llegado a la última página, volver a empezar desde el principio. Desde la primera novela. Y recordar aquellas vacaciones escolares de dos meses. Aquella toalla en aquel camping. Aquel tiempo detenido para siempre en una Sicilia mítica llena de luz y ligereza. 



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