jueves, 10 de junio de 2021

JERUSALÉN, SANTA Y CAUTIVA

Quiero ir a Jerusalén. Quiero ir ahora, aunque todavía tiemblen las calles de la tensión por el reciente estallido de violencia. Quiero entrar en la ciudad vieja por todas sus puertas, perderme en el laberinto de sus calles, respirar el bullicio y la desconfianza, sentir cómo rezuma y se desborda y dificulta la convivencia la veneración por lo sagrado que se agolpa en ese kilómetro cuadrado atiborrado de historia. Antes no quería. No quería ver los muros, las heridas de la limpieza étnica, no quería ver las armas de los israelíes en las calles. No quería saber nada de un estado que sólo ha sabido consolidarse humillando a los que consideran extranjeros. Pero ahora sí. Ahora quiero ir. Ahora quiero descubrir la Jerusalén en la que vive Mikel Ayestaran con su familia. Quiero que todo lo que he visto, sentido, olido, escuchado y saboreado leyendo estas páginas se haga realidad. 

Este no es un libro especialmente político, aunque evidentemente es imposible escribir sobre Jerusalén sin hablar del conflicto entre israelíes y palestinos. Que, por cierto, no sólo es un conflicto religioso, como parece muchas veces después de escuchar los informativos. El hostigamiento de los cristianos de Israel y de los territorios palestinos muestra que también es un conflicto por el control de la tierra y sus recursos. Cada vez hay menos cristianos en Israel, principalmente por la crisis económica y por la ocupación israelí, que hace la vida de las minorías muy difícil. 

Jerusalén es una ciudad asfixiada por la religión y las identidades excluyentes que, sin embargo, encierra pequeños secretos llenos de luz, gracias a los perspicaces ojos de Mikel Ayestaran, que sabe ver más allá de las piedras antiguas para encontrar en lo cotidiano historias maravillosas. Como, por ejemplo, el espíritu de la navidad cristiana en la piel de un palestino vestido de Santa Claus en pleno julio. O el preciosismo de las cerámicas armenias, introducidas a principios del siglo XX por los armenios que huían del genocidio turco y que nunca han dejado de sentirse extranjeros en Jerusalén, a pesar de tener barrio propio. 

Mikel Ayestaran nos propone un recorrido por la ciudad vieja de Jerusalén a través de sus ocho puertas y sus cuatro barrios. "Una ciudad competitiva, en la que todos retroceden en el tiempo para ser los primeros en algo". Los primeros o los elegidos, como se considera a sí misma la comunidad ultraortodoxa, que ve la vida en blanco y negro. La cantidad de cosas que les parecen condenables es abrumadora e imposible de entender si no se vive dentro de sus cabezas. Un mundo cerrado, regido por normas férreas, del que es muy difícil salir, y al que es imposible regresar para los pocos que deciden escapar de él. 

Después de leer este libro sé mucho más sobre Jerusalén. Y entiendo mucho menos. Quizá por eso quiero ir. Para entender. Para tocar las piedras milenarias, probar el hummus de Abu Shukri y soportar la aspereza de los israelíes. Para tratar de descifrar qué significa Jerusalén para la gente que vive allí, qué cantidad de espacio emocional y simbólico puede ocupar una ciudad en la vida de tanta gente. 




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