lunes, 23 de septiembre de 2019

UNA VOZ ESCONDIDA

En la librería, a menudo me encuentro con gente que se sorprende de que todavía sigamos abiertos. De que, a pesar de la crisis, Amazon, las descargas y el olvido institucional por nuestro gremio, todavía haya gente que venga a nuestra librería a comprar libros. Como para mí los motivos de acudir a una librería son tan obvios, siempre me sorprende su sorpresa. Y concluyo que, dado que ellos, por el motivo que sea, ya no acuden nunca a una librería, sencillamente han dejado de recordar los motivos por los que otras personas lo siguen haciendo. Al perder el hábito de comprar en librerías, perdieron también la capacidad de imaginar que ese hábito sigue vivo. 

Es como cuando uno, tras pasarse toda la vida rodeado de gente y medios de comunicación afines a su ideología política, constata tras unas elecciones que el partido de ideología opuesta no solamente sigue existiendo sino que ha obtenido millones de votos. ¿Cómo es posible? ¿Pero es que hay una realidad ahí fuera distinta de la que yo percibo, distinta de la realidad que me resulta cómoda, y no me había enterado? 

Shahab, el protagonista de esta novela es un niño que no habla. Y como no habla, toda su familia piensa que es mudo. Y como es mudo, debe ser también tonto. Excepto a su madre, a nadie se le ocurre que un niño pueda hablar y no lo haga. Excepto a su madre, a nadie se le ocurre que un niño pueda ser inteligente y demostrarlo sin palabras. Este niño es una realidad distinta de la que las personas que lo rodean están acostumbradas a percibir. Una realidad incómoda, llena de incógnitas. Una realidad incomprensible, pues nadie acierta a imaginarla. Una realidad que desafía la ignorancia de aquellos que piensan que sin lenguaje hablado no hay inteligencia. Una realidad inaceptable. 

La novela transcurre en Irán y pone voz a dos sensibilidades, la de un niño que no habla y la de su madre que sufre, contra las convenciones y la rigidez de una sociedad que no acepta excepciones a sus reglas. Es una novela inocente y apasionada, y tan universal que cuesta recordar que estamos en un país tan lejano con una cultura tan distinta a la nuestra. No hay más que darse un paseo por la actualidad diaria para constatar la cantidad de voces airadas que se levantan contra cualquiera que muestre un rasgo de carácter o identidad que se salga de la norma, ya sea no hablar, besar a una persona del mismo sexo, tener la piel oscura o un acento de país árabe. 

El mundo está lleno de Shahabs. De diferentes. De sensibilidades que escapan a la imaginación de la mayoría. Y novelas como esta nos recuerdan que la mayoría de los juicios negativos que emitimos sobre las conductas inesperadas de los demás surgen de la ignorancia. Es decir, que criticamos sin tener ni idea. Y casi siempre, precisamente porque no tenemos ni idea. 

Uno no puede sentir lo que no puede imaginar. Y uno sólo puede imaginar aquello que en algún momento ha visto u oído. Para imaginar hay que saber que existen realidades más allá de nuestro alcance. Y querer ir a su encuentro, para ponerles palabras. Querer extender los dedos. Y atreverse a tocarlas. 




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