lunes, 2 de septiembre de 2019

INDESTRUCTIBLES

A menudo es en la alegría donde reconocemos al otro como un igual. En la risa. Las carcajadas son un espejo en el que todos nos miramos y nos reconocemos como iguales. La tragedia, sin embargo, casi siempre encierra el enigma de la culpa. Uno llega al sufrimiento por caminos tortuosos, llenos de tropiezos y de errores, y nunca es fácil saber distinguir cuánta responsabilidad tiene uno en sus propias desgracias. La tragedia nos despierta la compasión, mientras que la risa nos conecta a un nivel más instintivo, más profundo. No hay cálculo en dos personas que se ríen a la vez por el mismo chiste. El espejo es transparente. Tú eres yo y yo soy tú porque nos reímos a la vez y por lo mismo. 

Al igual que hizo con su primer libro, Océano África, Xavier Aldekoa insiste en las historias de Indestructibles en que dejemos de tratar de entender África solamente a través de sus heridas. Que dejemos la mirada compasiva y la sensibilidad blandita y nos acerquemos a sus historias a través de todo lo que no duele, que también es vida. "Si más allá de contar el sufrimiento, las conversaciones giran también alrededor de la vida, algo mágico ocurre: la superviviente se convierte en una niña que odia las espinacas, que baila y canta y que hace trampas al parchís cuando su hermana no mira. Que tiene problemas, miedos y dudas, por supuesto, pero sueños también. Como nosotros". 

Esta voluntad de acercarse al otro para reconocerlo como ser humano, y a la vez reconocerse en él, me parece uno de los grandes retos de nuestros días. Mientras haya gente que siga deshumanizando a los demás en función de su color de piel, de su origen, su clase social, su sexo o su orientación sexual, seguirá siendo necesario esforzarse por revertir esa violencia con historias que nos prevengan contra ella. Y qué mejor forma que hacerlo de la mano de quienes saben contarlas y llegan al fondo de las cuestiones que de verdad importan. Uno de esos contadores de historias es Xavier Aldekoa. Con cada libro suyo lloro. Con cada libro suyo aprendo. Me alegra saber que nunca dejaré de hacerlo. 

En Indestructibles la infancia lo invade todo. A través de pequeñas escenas cotidianas de su hija Lena en su casa de Barcelona, Xavier conecta las inquietudes de los niños a un lado y otro del Mediterráneo. Los juguetes de peluche que vienen y van entre los brazos de Lena y los de los niños africanos de decenas de países son un puente, uno de los puentes más bonitos y directos por los que la vida transita, un puente que conecta dos mundos aparentemente muy diferentes pero que, en lo esencial, se parecen como dos mujeres riéndose a la vez con la misma broma.


Xavier Aldekoa (izquierda)

Para aprender de lo distinto hay que dejar de pensar que nuestra forma de ver y entender el mundo es universal.
Todos podemos adivinar para qué sirve un árbol vivo.
Pero para adivinar la utilidad de un árbol muerto hay que mirar un poquito más allá. 
O ser un pájaro con ganas de dormir. 



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