Todos los niños quieren ser un lobo feroz. Las abuelas no lo saben, por eso alguna se me asusta ante la posibilidad de que su nieto o nieta pierda el sueño con este cuento. Las madres tampoco lo saben, y aunque les insista en que la historia va de amor, con frecuencia optan por los besos de otros animales con mejor fama. Y es que los pobres lobos son siempre los malos. Caperucita, los tres cerditos, Pedro, todos víctimas de ese ser astuto que se los quiere comer sin contemplaciones. ¿Qué habrán hecho los pobres lobos para despertar ese miedo irracional en las madres del mundo?
No me parece justo. Con lo increíble que debe de ser disfrutar de esa vista kilométrica y ese olfato infalible. Tener una gran boca para hacer temblar la cama con su rugido al despertarse. Grandes patas para correr como una exhalación por el bosque. Un hambre enorme para zamparse a todos los niños del m... Uy, no, eso no. Un hambre enorme de besos para repartirlos fieramente entre todas las madres y abuelas que temen a los lobos sin saber, sin sospechar, sin darse ni cuenta de que todos los niños, todos todos, quieren ser un lobo feroz.
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