Una mujer va caminando por la acera de una calle desierta, cruzando una de esas horas mágicas de la madrugada en las que el mundo entero pertenece a los que siguen despiertos. La rutina de su felicidad conyugal la aprisiona y un desasosiego repentino la ha sacado a la calle en busca de un consuelo, de un refugio provisional. La luz medio muerta de una farola la tranquiliza, así como el cóctel de estrellas urbanas que saborea cada vez que levanta los ojos y la perorata sobre Kierkegaard de ese camarero inocente y apasionado que parece dispuesto a cualquier cosa con tal de postergar todo lo posible la vuelta a su cama de soltero. Todo es triste y alegre a la vez, la muerte reciente de su madre, la ternura distante de su padre, su abuelo perdiendo la memoria en una clínica, y ella allí, en un bar de madrugada hablando sobre la maravilla de estar vivos, de que no nos duela nada, de que pese a que una insista en "coser la verdad con hilos de mentira" la vida siga sosteniéndose contra todo pronóstico, y que además todo eso nos parezca normal. La muerte, la derrota, la nada: lo más normal del mundo. Lo raro es vivir.
P. y yo hemos hablado bastante sobre este libro. Siempre con un brillo especial en los ojos. De noche. Señalándonos párrafos en la cama. Compartiendo el entusiasmo y el asombro. ¿No te habría gustado conocer a esta mujer? Impetuosa, coqueta, de humor fino, de inteligencia vivaz y muy dada a vivir en su mundo de metáforas, un punto estrafalaria y melancólica, incapaz de las sonrisas amargas que envejecen, mirando siempre con esa luz traviesa bajo la que parece esconderse una niñez irreductible. Y ya no sabíamos si estábamos hablando de la protagonista o de la propia Carmen Martín Gaite, y yo no paraba de apuntar frases en mi cuadernito y los dos pasábamos páginas con sed de secreto, sed de amor y de enigmas y de la paz que uno encuentra inesperadamente en un abrazo, como un pájaro descansando en nido ajeno.
A veces uno necesita un entramado de metáforas para explicar la vida. Qué digo a veces, ¡siempre! Una vida sin metáforas es un pasillo sin puertas que te obliga a caminar en un único sentido en la oscuridad. Una vida que sólo se puede vivir de una forma, una sola vez. Un infierno, una tortura. Una vida en la que la gente entra en la librería con miradas iguales, en la que yo no distinguiría unos ojos desconfiados con un brillo de espada en alto de unos ojos indiferentes que buscan romper el hielo de su inquietud con un abrazo. Metáforas, metáforas. Martín Gaite desayunaba con ellas cada día. Y esta novela seguirá resonando en mi memoria con todos sus enigmas, "aquel tam-tam de lo desconocido", la búsqueda de la identidad a través del recuerdo de las personas queridas y de esas verdades cosidas con hilos de mentira.
Carmen Martín Gaite |
Lo raro es vivir cuenta una historia con muchos meandros, pero que en el fondo es muy universal y muy sencilla: una mujer joven, herida por una historia familiar que ha dejado un desorden de problemas sin resolver en su interior, pasa sus días dividida entre el ímpetu y la indecisión, los dos extremos que gobiernan sus sentimientos. Lo maravilloso es que en la sencillez de esta historia se esconde una multitud de pliegues deliciosos y declaraciones desarmantes como esta: "cuando papá se pone a dibujar, todo se disipa como una mal sueño y nadie tiene edad ni al mañana se le ven dientes de amenaza, suena una música perezosa, nos hemos levantado tarde, huele a café y es domingo". Cuando me pongo a leer tus libros, querida Carmen, me pasa exactamente lo mismo.
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