No hace falta mirar detenidamente a nuestro alrededor para darse cuenta de que el mundo está un poco loco. Loco para cualquiera que pretenda basar su felicidad en el amor de otro. Y loco para cualquiera que se atreva a denunciar una injusticia ante la que la mayoría calla.
Quizá sólo el idealismo de los que luchan ingenuamente por amor pueda compararse con el de aquellos que luchan ingenuamente por la justicia. Ambos se comprometen más allá de lo razonable y están dispuestos a renunciar a parcelas de su propia libertad para ser fieles a sus principios.
Roberto Saviano |
En este blog no solemos escribir sobre política. Pretendemos promover la literatura que consideramos más valiosa, y es muy raro que el arte y el ejercicio del bien público se lleven bien.
Pero no puedo evitar pensar en lo que me enseñó mi admirado Roberto Saviano sobre la máquina del fango al leer los periódicos últimamente y constatar que, siempre que se sienten aludidos, ya no digamos amenazados, los partidos tradicionales de este país encaran las injusticias y los crímenes tratando de deslegitimar a quienes se atreven a denunciarlos.
Es una práctica vieja como el mundo. Consiste en negar nuestros errores culpando de cualquier delito imaginable a quien ose denunciarnos. Quien ostenta algún poder dentro de una comunidad lo sabe. Y es el gran peligro que corren las personas íntegras cuyas convicciones las llevan a comprometerse con la política.
Parece que la práctica del fango en nuestro país se ha convertido en norma, de la manera grosera y condescendiente propia de la mayoría de los políticos que nos gobiernan. Parece que la hemos aceptado como una actitud extendida y que nos espera un 2015 electoral de guerra de difamaciones.
Sin embargo, a pesar de la rabia que da vivir en un mundo donde el fango pervierte la frontera entre la mentira y la verdad, hay personas idealistas e íntegras que luchan por preservar nuestra dignidad y nuestro derecho a una justicia que no se venda ni se compre.
A ellos les pido, desde mi humilde mostrador de vendedor de historias, que no desistan, que no bajen los brazos, que no cedan al desánimo ni a la ira, que se defiendan del fango con ánimo implacable. Y que cuando no puedan más, cuando la fealdad de la política les noquee la sonrisa y se sientan sucios y derrotados, acudan a su novia, a su novio, a su amigo artista, a su sobrinito en la cuna, acudan adonde el fango nunca llega, a la poesía, a la ternura, a los sueños de tinta de los libros, o si no, lean a Saviano, agárrense a su fortaleza diariamente amenazada, y hagan también su lista de cosas por las que merece la pena vivir y luchar contra el fango.
En su libro Vente conmigo, él hizo una lista sencillísima de diez cosas. Yo hoy me quedo con su razón número diez (sólo él puede saber por qué la puso en último lugar), la razón que sentimos en las entrañas hasta quienes, por suerte, vivimos apartados del fango del mundo:
Después de un día en el que se han recogido firmas contra tu persona, encender el ordenador y encontrar un e-mail de tu hermano que dice: "estoy orgulloso de ti."
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