"Padres suicidas, hermanos secuestrados, hijos internados en psiquiátricos, depravación, bebida, depresión, muertes en aviones estrellados, yates hundidos o caídas de caballos. Pero con cuánta elegancia se comportaban".
Así habla de ellos Dominick Dunne, uno de los mejores cronistas de la alta sociedad norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. Con admiración, con devoción y con toda la acidez que su amor por la clase inigualable de estos niños ricos le permite. Este es el tercer libro de Dominick Dunne que leo y no me canso. Nunca me canso de leer esa prosa hipnótica que envuelve a sus personajes como una bufanda de seda y les lleva en volandas de fiesta en fiesta, acercando el objetivo de su cámara lo suficiente para que cada personaje esplendoroso se convierta, como por milagro, en una persona de carne y hueso, tan vana, frágil y miserable como cualquiera.
Esta es la historia de una chica de origen modesto (historia real, por cierto) que se casa con uno de los herederos más ricos de Nueva York, a pesar de tener a toda su familia política en contra, y que, no sólo consigue apaciguar las iras de esa suegra y esas cuñadas que la ven como una vulgar advenediza, sino que logra la hazaña de convertirse, por dentro y por fuera, en la mujer mejor vestida de Nueva York. Es decir, de convertirse en una de ellas, con el descarado atrevimiento de lograrlo por mérito propio y no por nacimiento. Lo cual, ya se sabe, es una afrenta que los que han nacido millonarios no perdonan fácilmente.
Hace falta talento y mucha paciencia para penetrar tan rápido y tan profundamente en ese mundo tan impenetrable. "La intrusa de la familia se había convertido en su miembro más visible, eclipsando la vida social de su marido y sus cuñadas". Y Ann Grenville "ronroneaba de silencioso placer" al recortar artículo tras artículo de los cronistas de sociedad en los que reinaba ella y su glamour, ella y sus fiestas, ella y su marido, sin cuya presencia ninguna fiesta de la alta sociedad podía considerarse de verdad un éxito.
Esta es una novela sobre la frivolidad y la elegancia. Y el arte necesario para perfeccionarlas. Dos valores despreciados por nuestra sociedad cada vez más igualitaria y utilitarista. Es una novela sobre las apariencias, también. Es fácil pensar, leyendo a Dunne, que ya no nos importan apenas las apariencias. Que la clase media se ha vuelto tan homogénea en su estética que qué más da lo que piensen los demás, ya casi nadie afortunadamente llama la atención. Pero creo que no es así. Nos preocupa muchísimo cómo nos ven, cómo nos leen y cómo nos escuchan. Y creo que seguimos siendo esclavos de la frivolidad de las apariencias, de una forma parecida a como lo son los personajes de Dunne.
Los likes en redes determinan la vida social y los ingresos de millones de personas. Todos hemos sufrido alguna vez esa agonía llamada amor romántico (gracias, Hollywood; gracias, moral cristiana) en la que cedemos las riendas de nuestra autoestima al extraño sujeto de nuestra obsesión. Todos nos rendimos a los halagos y dejamos que modifiquen nuestra conducta y nuestros gustos porque es sencillamente adictivo que te digan cosas bonitas y cuantas más mejor.
La novela de Dunne trascurre en los años cuarenta y cincuenta. Parece que han pasado siglos desde esas fiestas de la alta sociedad en las que hasta la forma de quitarse los guantes era analizada con lupa. Pero creo que aquella tiranía de las apariencias sigue con nosotros, rigiendo nuestra forma de vivir en sociedad: quizá nunca logremos vernos a nosotros mismos sin usar los ojos de los demás. Quizá, simplemente, no sea posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario