Después de que P. la disfrutara con sus ojos de profe de secundaria y mi madre la devorara con sus ojos de librera madre, esta novela cayó en mis manos casi por su propio peso. Me gusta mucho leer libros que les han gustado previamente a ellas. En cada capítulo voy rastreando las pistas, anotando mentalmente ideas que me llevan a ellas, sonriendo al descubrir el rasgo de algún personaje en el que sin duda han debido de verse reflejadas. Leyendo sus recomendaciones las leo a ellas, y así disfruto doblemente de la lectura.
Hace tiempo que llevo queriendo dedicarle más atención a la literatura juvenil. Y no sólo a las trilogías de literatura fantástica por las que siento una debilidad incurable, sino a la literatura más pegada a la vida actual, capaz de reflejar situaciones reales de este mundo con historias que dejen huella y que puedan llevar, además, a otros libros. La hija del escritor consigue todo esto. Es una novela en la que la intriga, la amistad, el amor y los conflictos entre padres e hijos se entrelazan con los personajes femeninos de las novelas de Galdós y se tiñen de un feminismo militante en el que no cuesta nada reconocerse. Y aunque sé que el final no apunta a que pueda haber una continuación, me he quedado con ganas de más, con ganas de seguirle la pista a este chica tímida con carácter de leona llamada María que no se arredra ante nada.
Uno de los temas principales de la novela es el conflicto entre padres e hijos. La expectativas, las mentiras y la decepción que estas provocan. Me ha recordado a la última novela de Elena Ferrante, La vida mentirosa de los adultos, que trata el mismo tema también desde el punto de vista de una chica adolescente, aunque la autora italiana luego lo desarrolle por otro camino. Es un tema universal que siempre genera controversia. Y yo lo veo en la librería cada vez que una madre o un padre vienen con sus hijos buscándoles lecturas. Mientras que los padres buscan generalmente historias de amor o de misterio y casi siempre huyen cuando pronuncio palabras como muerte, filosofía o feminismo, los adolescentes se aferran a esas palabras con avidez, deseando que sean puertas que les permitan descubrir todo ese mundo del que sus padres se obstinan en protegerles.
En esta novela, María es una chica de quince años que se expone a la debilidad de sus padres y se pregunta si no es injusto que ella tenga que ocuparse de ellos. ¿No son los padres los que deben ayudar a sus hijos? ¿Y qué puede hacer si esa ayuda no llega? ¿Renegar de ellos? ¿Enfurecerse, encerrarse en el victimismo? María decide que con quince años hace mucho tiempo que dejó de ser una niña, y que tratar de levantar del suelo a una madre depresiva no sólo es una muestra de amor sino una forma de reafirmar su lugar en el mundo, de decirle a todos que ya tiene la madurez suficiente para dar y no sólo recibir, y que esa entrega puede definir mejor quién es que cualquier otra decisión.
Voy a recomendar mucho esta novela este año. Y lo haré hablando de secretos familiares, de Galdós y de feminismo. De que los adolescentes no son niños, y ni siquiera por comodidad suelen desear serlo. A ver qué cara me ponen los padres. La de sus hijos sé que con Rosa Huertas siempre será de curiosidad.
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