Este ensayo parte de una idea radical. Una idea que ha sido rechazada por ideologías y religiones. Que han negado gobernantes y medios de comunicación en todo el mundo durante siglos. Y que, sin embargo, ha sido demostrada empíricamente una y otra vez y que, si tuviéramos la capacidad y la valentía de tomárnosla en serio, podría desencadenar una revolución y cambiar la forma en la que miramos y organizamos la sociedad. Como todas las ideas revolucionarias, no puede ser más sencilla. Pero pone en entredicho nuestra forma cotidiana de ver a los demás. Ojalá todos nos convenciéramos de su verdad, de su verdad profunda. Y aprendiéramos desde la infancia a actuar en consecuencia. La idea es sencilla y casi da apuro enunciarla, pero allá vamos: las personas son esencialmente buenas.
Cuando empecé a trabajar en la librería, teníamos ciertas normas para prevenir posibles conductas indeseadas de los clientes. Por ejemplo, pedíamos una señal para reservar libros de texto o dábamos un plazo de dos semanas para recoger los encargos normales. Nos daba la sensación de que mucha gente nos dejaba con los libros sin recoger. Un año quise contrastar con cifras esta sensación, que de tan generalizada se había vuelto una certeza, y me llevé una buena sorpresa: solamente el 1% de los clientes no recogían sus encargos. Desde entonces prescindí de la señal y del plazo. Y año tras año se ha mantenido esa cifra. A veces no llega ni al 1%. Algunas personas se sorprenden. Incluso me dicen que soy demasiado confiado. Yo pienso que simplemente me atengo a las cifras. Poner una norma restrictiva para el 100% de la gente cuando el 99% de la gente la cumple de manera natural me parece innecesario. Sería como poner un cartel de prohibido fumar. ¿Quién fuma ya en entornos cerrados en España? ¿Quién encendería un cigarrillo en una librería? Ese cartel no solo sería innecesario, la idea de que aún necesitáramos ese recordatorio creo que proyectaría una imagen muy negativa de nuestra sociedad. Pero no solo lo hago por las cifras. Creo firmemente que confiar en el buen hacer de la gente fomenta activamente el buen hacer de la gente. Y mejora enormemente el ánimo, el humor y la calidad de vida en general de la persona que confía. Este tema salió hace unos años en una reseña sobre El pensamiento conspiranoico, de Noel Ceballos, y escribí que el refrán «piensa mal y acertarás» es, como tantos refranes, una violenta estupidez. «Piensa bien y acertarás» refleja mucho mejor la realidad del ser humano.
De esto trata este inspirador ensayo del historiador holandés Rutger Bregman: el ser humano tiende hacia la bondad y la generosidad y es responsabilidad nuestra verlo así y fomentarlo. Pero no se trata de creer en ello como un acto de fe, lo demuestran infinidad de estudios. Es el altruismo, y no la competitividad, el motor evolutivo de la humanidad. Sin embargo, cuánto nos cuesta defender estos datos. Casi todos nos hemos educado en la filosofía de la desconfianza y el recelo.
«Lo malo es excepcional y llamativo, mientras que lo bueno es cotidiano, corriente y aburrido». Así lo percibimos. Y así lo compartimos. Para mucha gente, lo único que merece la pena ser contado es aquello que nos indigna o nos hiere. Contar aquello que nos gusta o nos entusiasma se vuelve intrascendente y cae en saco roto. Basta con echar un vistazo a las noticias o a las redes sociales. Es un chute diario de desgracias e indignidades. Como si la vida fuera así. Pero no lo es. La vida, la de prácticamente cualquiera, es mucho más tranquila y bondadosa. Y más aburrida. Y esos estímulos negativos, que no representan la naturaleza humana sino sus excepciones más grotescas, es el alimento con el que nos intoxicamos diariamente y que nos hace creer que todo es así, que todos somos así.
Bregman cuestiona una corriente filosófica predominante en la cultura occidental desde Tucídides y San Agustín, pasando por Maquiavelo, Hobbes, Lutero, Calvino, Nietzsche, Freud y los «padres fundadores» de los Estados Unidos, hasta llegar a William Golding, Richard Dawkins, Jared Diamond o Stanley Milgram. Una corriente filosófica que sostiene que el ser humano está recubierto por un mero barniz de civilización, y que en cualquier momento puede mostrar toda la violencia de su verdadera naturaleza. «Las ideas nunca son simples ideas. Lo que creemos que somos es lo que acabamos siendo». «Si estamos convencidos de que la mayoría de las personas no son de fiar, así es como trataremos a los demás. Y, con ello, haremos que aflore a la superficie lo peor de cada uno de nosotros».
Gracias a mi madre por leerlo la primera y recomendarme este libro con tantas ganas. Y a O. por venir a la librería y comprarlo para regalar tantas veces: el entusiasmo llama al entusiasmo. Y a P., por escucharlo en audiolibro en sus continuos viajes en coche y contármelo después con el brillo en los ojos que reserva para las historias más inspiradoras. Este libro habla de la necesidad de corregir una perspectiva histórica que no solo es falsa sino que nos envenena cada día. Si nos dejan, las personas tendemos más a compartir que a acumular, a cooperar que a competir, a confiar que a desconfiar. Esto se ha demostrado una y otra vez. Hay pocos hallazgos de la sociología tan bien documentados y tan olímpicamente ignorados. Dejemos de ignorarlo.
Óscar, me ha gustado muchísimo esta reseña (todas me gustan, pero esta quizá me ha tocado una fibra diferente). No conocía este ensayo, pero la idea que transmite, que las personas son esencialmente buenas, me parece a la par evidente y revolucionaria.
ResponderEliminarEs cierto que nadie es perfecto (¿qué es ser perfecto?), que todos nos salimos del carril de vez en cuando, o varias veces al día, pero la esencia se ve en esa normalidad que comentas, en el trato generalmente amable de unos con otros, en el calor que, incluso en los países fríos, puede transmitir un comentario, un abrazo.
Hoy en día vivimos insertos en una espiral de información tan acelerada y contaminada que nos hace, muchas veces, dudar de que siquiera exista esa posibilidad del diálogo, del consenso, de un día a día normal. Nos has recordado que es posible, que una conversación sincera, una mirada, la confianza, muestran que la esencia no ha desaparecido del todo.
¡Mil gracias, Guillermo!
EliminarEs un ensayo fantástico, y mi intención es recomendarlo como antídoto para todos los males que nos acechan desde todas partes. Es una lectura que hace mucho bien.