lunes, 27 de mayo de 2024

ABRIL ENCANTADO

«Para aquellos que aprecian las glicinias y el sol. Se alquila pequeño castillo medieval italiano amueblado durante el mes de abril». Un anuncio en The Times, dos frases, y las vidas de cuatro mujeres dan un vuelco para siempre. 

Y es que, qué vida no lo daría. Cuando vienes de la grisura húmeda de Londres, la primavera italiana es un paraíso inimaginable. Un paraíso de belleza y luz, de horizontes abiertos, donde cualquier monotonía puede resquebrajarse y desvelar una naturaleza nueva, deseosa de sol y libertad para expandirse y ser feliz. 

Abril encantado es una delicia de belleza, diversión y amor. Y, también, un retrato exquisito de las convenciones en torno al matrimonio en Inglaterra en la década de 1920 desde el punto de vista de dos buenas mujeres que un buen día descubren que llevan toda la vida siendo «inmaculadamente buenas», y que quizá ese no es, al fin y al cabo, el camino hacia la felicidad. 

Elizabeth von Armin hizo con esta novela de ideas un prodigio de delicadeza y de mordaz crítica social en torno al amor y sus ataduras, cuyas indignidades y dependencias nos resultan un siglo después tristemente reconocibles. Y cuyas glorias, desligadas del corsé del matrimonio, son la aspiración más universal del ser humano. Cuando piensas que la moralidad constituye la base de la felicidad, ¿qué pasa si esa moralidad está concebida para no dejarte libertad? ¿Cómo puede la felicidad consistir en ser fiel a unos valores que anulan tu voluntad y tu placer? Y aquí aparece el castillo italiano, San Salvatore, para rescatarnos de la moralidad mezquina como un paraíso en la tierra hecho de flores, de luz y de un sinfín de nuevos comienzos. Un lugar en el que una se acuesta en la cama e inmediatamente se ve «inmersa en un veloz torbellino de sueños brillantes, ligeros y transparentes». 

Por el preciosismo en el lenguaje y la profunda sagacidad en la descripción de la psicología de los personajes, me ha recordado a mi admiradísima Edith Wharton, también devota de los soleados y aromáticos castillos italianos. Quizá la vida no nos permita pasar un mes rodeados de flores y primavera en un San Salvatore, pero podemos leer esta novela y evadirnos de todo y reír y vernos allí, como dice Mrs. Wilkins, de verdad vernos, y soñar con «la felicidad que no pide nada, que se limita a aceptar, a respirar, a ser». 



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