Este libro desprende el humor de las personas buenas. Lees un par de páginas y ya quieres conocer a la autora, soltarle una broma, invitarla a unas cañas (o a un paseo, que aunque estemos en Madrid no todo es consumir). Ya sueñas que es tu amiga y te trata con la misma ironía cariñosa con la que escribe. Que es la forma en que cualquier persona quiere que la traten, aunque no lo sepa.
Trata sobre viajar y vivir en el extranjero. Sobre la extrañeza de las cosas que nunca has imaginado y sobre lo rápido que lo más ajeno pasa a resultarte familiar. Viajar te ayuda a percibir mejor tu propia pequeñez, y te enseña que todo, desde desayunar hasta doblar calcetines, se puede hacer de otra manera.
«A veces viajar no es más que eso, salir a la calle, dar un paseo, mirar las cosas de siempre como si no las hubiéramos visto nunca».
Me ha recordado a mis viajes y mis estancias en el extranjero, y ese momento —¡ese momento!— en el que te das cuenta de que la forma de vivir que te enseñaron en casa, con sus normas, sus principios, sus valores, sus rutinas, solo es una forma más de vivir entre millones de otras formas, algunas parecidas, otras radicalmente opuestas, todas distintas y la mayoría muy válidas (por más que les pese a tantas madres).
Quizá me lo esté inventado, pero hay algo en este Planeta solitario de una carta de amor a las amigas, y también una especie de homenaje al valor del asombro para relacionarse con los demás y apropiarse de la belleza del mundo, la real y la imaginada. Me ha parecido una reflexión simpatiquísima sobre vivir lejos de tu origen y sobre cómo el origen también puede migrar y multiplicarse sin moverse del sitio.
«Mis palabras preferidas son aquellas que nunca decorarían las paredes de un piso turístico. Palabras que puedes decir muchas veces a lo largo de un mismo día y no solo cuando alguien te pregunta cuál es tu palabra favorita. Palabras con las que llenarse la boca como con un polvorón».
El placer de leer este libro es como el placer de estar con una voz amiga que secretamente (e imposiblemente) te conoce y te abraza y te habla en un idioma sencillo como las torrijas de tu madre. Tiene toda la gama cromática de la guasa, esos colores imposibles como un cielo de verano que huelen a mar y suenan a palmas y hacen que vivir sea tan fácil como ir en bici cuesta abajo. No hay ni una sombra de seriedad en este libro, y eso no quiere decir que no diga Ana cosas muy serias. Pero las dice con palabras que levantan una ceja y se cantan una jota, y este libro es todo luz y un delicioso reírse de la vida y de una misma.
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