Una de las cosas que más me gustan de las novelas de Maggie O'Farrell es la inmediatez. Lo rápido que me mete en la historia. Una frase, dos, y ya estoy ahí, tendido en una cama con un calor sofocante mientras un ventilador gira y alborota las páginas de un libro abierto. Más que la historia en sí (esta novela me ha parecido quizá menos rotunda y redonda que Hamnet o El retrato de casada), me encandilan los primorosos detalles de la vida cotidiana, cómo al leer siento los cinco sentidos alerta y erizados, expandidos como las flores al principio de la primavera, para no perderme ninguna maravilla. La mirada de la autora acaricia las cosas con cuidado y ve a través de ellas. Es de una sofisticación peculiar, como una persona tímida que no se deja conocer, hipersensible a la curiosidad ajena. Una criatura que a la mínima variación de luz se repliega sobre su belleza, como un abanico.
Esta es una novela que va y viene de Hong Kong a Escocia, pasando por el sur de Italia, y, como el paisaje escocés, "cruje y se estremece de vida". Con la calma de los "helechos que se mueven con el viento", casi desde el principio notamos que hay algo que va a pasar, que está ahí, al acecho, con intención imprevisible, esperando el momento oportuno para desvelarse. Los personajes, dos hermanas italoescocesas unidas por un secreto de infancia y un joven chinobritánico atado a una relación que no desea, expresan desconcierto, vulnerabilidad. Delicadeza. Sus vidas están llenas de silencios, de cosas que no se dicen pero que están ahí, tan presentes y palpables como si se hubieran escrito sobre la pared o gritado a los cuatro vientos. Y la historia avanza dejando muchos huecos para que el lector los rellene, para que el lector los vaya inventando, como si el sendero de la historia estuviera sutilmente esbozado y lo hiciéramos nuestro transitándolo.
Aunque quizá no sea el tema principal, me ha hecho pensar mucho en los apegos excluyentes. En esas personas (parejas, familiares, amigos) que solo te muestran su apoyo y su cariño sin fisuras cuando no hay otras personas delante, que nunca te quieren a través de los demás, con los demás. Piensan que vuestra relación es única y no debe contaminarse con miradas y presencias ajenas. Que sois dos personas que orbitan naturalmente la una alrededor de la otra en una gravedad que no admite más satélites. No permiten la integración, y con su actitud parecen plantear constantemente una disyuntiva: o conmigo o con ellos.
Hay muchos bellos hallazgos en las descripciones, mucho amor en la descripción de la búsqueda de un padre ausente que no sabe que tiene un hijo, de unas raíces múltiples que se expanden y se bifurcan por varios continentes. Y sobre todos los personajes, de una forma u otra, planea una leve sombra de violencia que se cierne sobre la historia y va perfilándose en círculos, como un ave rapaz girando y girando sin apartar los ojos vigilantes de su presa. Y todo va creciendo en intensidad. Y la historia se comprime. Y acelera. Y se descontrola. Y estalla. Y no ves nada. Por un segundo todo es luz y sobresalto. Y ganas de volver a empezar otra vez, desde el principio. Otra vez desde la cálida y plácida intimidad de los primeros compases de aquella cama sofocada para volver a disfrutar de la adrenalina del viaje.
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