Ahora que vemos con profundo desánimo cómo cada vez más partidos de extrema derecha ocupan puestos de poder, es muy instructivo volver la vista atrás y analizar qué sucedió en los años setenta en Italia, si no para relativizar nuestra situación, al menos para aprender que nada de esto es nuevo y que, en épocas no tan lejanas, el enfrentamiento ideológico entre derechas e izquierdas alcanzó unos niveles de violencia que hoy nos parecerían una locura.
En 1969, una bomba en la plaza Fontana de Milán mató a diecisiete personas e hirió a otras ochenta y ocho. La policía atribuyó el atentado a grupos anarquistas y detuvo, entre otros, al ferroviario Giuseppe Pinelli, antiguo partisano y conocido pacifista. Tras un largo interrogatorio, Pinelli fue hallado muerto debajo de la ventana del despacho del cuarto piso del comisario Luigi Calabresi, que fue acusado inmediatamente por la opinión popular de izquierdas de haberlo asesinado. Tras dos años de hostigamiento, de acoso sistemático y de continuas amenazas, Luigi Calabresi fue asesinado frente a la puerta de su casa por las Brigadas Rojas. Lo que poca gente sabía, o no quería saber, es que la matanza de la plaza Fontana de Milán había sido cometida por neofascistas, asesorados y amparados por los servicios secretos. Y que Luigi Calabresi ni siquiera estaba en su despacho cuando Pinelli cayó por la ventana. A partir de ese momento empezó una espiral de violencia instigada por grupos de extrema derecha y respondida con furia por las Brigadas Rojas que, sumada a la violencia terrorista en España y en Irlanda del Norte, marcaría una década especialmente sangrienta en Europa.
En este libro testimonial, Mario Calabresi cuenta la historia de su padre, Luigi Calabresi, y de otras víctimas del terrorismo en Italia en los años setenta y ochenta. Es el retrato de un policía íntegro acusado por la opinión pública de un asesinato que no cometió y convertido en chivo expiatorio de la furia colectiva. Como decía Aramburu en Patria, son las palabras las que te señalan y sellan tu destino: mucho antes de que la bala termine de matarte ya estás muerto. A pesar de que la inocencia de Luigi Calabresi se demostró hace mucho tiempo, las teorías de su culpabilidad siguen circulando en pleno siglo XXI, por una mezcla de ignorancia, conformismo y mala fe. Y por un cuerpo de policía corrupto que, durante más de una década, se dedicó a alentar el terrorismo de extrema izquierda para tratar de deslegitimar el comunismo italiano en un juego sucio que sumió a Italia en un baño de sangre sin precedentes.
Mario Calabresi rescata las voces heridas por el terrorismo, las voces de los familiares, de esos otros casi siempre ausentes de los relatos sobre la violencia. La muerte violenta deja en los familiares de las víctimas una sensación de tiempo detenido. Algunas personas sienten que una parte de ellas se quedó congelada en el momento de la noticia y nunca pudo continuar. Es un duelo que no cesa, una herida que nunca termina de cerrarse. Los asesinos les robaron una parte de su vida. Les infligieron un dolor del que nunca podrán recuperarse del todo. Y, por eso, les cuesta entender que algunos, al cumplir sus condenas y salir de la cárcel no se queden en silencio rehaciendo privadamente sus vidas, sino que concedan entrevistas, se vuelvan protagonistas de su historia e incluso aspiren a liderar un relato con cargos públicos y a representar la voz popular como si pudieran recuperar una ejemplaridad nueva y libre de mancha.
"La disparidad de trato entre quien asesinó y quien fue asesinado es irreparable, se prolonga a lo largo de los años, agravada por el hecho de que quienes asesinaron entonces escriben memorias, son entrevistados en la televisión, participan en algunas películas, ocupan puestos de responsabilidad, mientras que a la viuda de un agente nadie va a preguntarle cómo ha vivido desde entonces sin su marido, si tiene hijos que vivieron una infancia de orfandad, si el tiempo que ha pasado les ha cicatrizado las heridas, el pesar, el dolor.
¿Asesinados por qué, además? Por el sueño de un grupo de exaltados que jugaban a hacer la revolución, haciéndose ilusiones de que eran espíritus elegidos, almas bellas entregadas a una noble utopía, sin darse cuenta de que los verdaderos "hijos del pueblo", como los llamó Pasolini, eran el blanco de su estúpida locura".
Esto me ha recordado mucho a la fantástica película Maixabel y cómo estuvimos P. y yo debatiendo después sobre los límites de la reinserción y los dilemas éticos que plantea. Qué es el perdón, a quién beneficia, qué consigue y qué construye. ¿Es lícito que un asesino con la condena cumplida pueda asistir al homenaje público que recibe una de sus víctimas? ¿Es lícito que comparta espacio con los demás asistentes? ¿Cuánto tiene que doler cerrar las heridas? ¿Se cierran las heridas alguna vez?
Siempre me atrae la dimensión humana, profundísima, a la que se asoma uno cuando se atreve a leer sobre el terrorismo. Este libro obliga a mirar más lejos. A los presagios, a la amenaza. A la convivencia con ese peso, esa sombra. A un país acostumbrado a la sangre en el asfalto. Aunque ¿se acostumbra uno a la sangre en el asfalto? Al hablar de terrorismo están siempre presentes los terroristas y sus víctimas, sobre todo cuando estas han muerto asesinadas. A las víctimas heridas se les presta menos atención. A los familiares de las víctimas, víctimas todos ellos también, menos aún. Mario Calabresi pone el foco en esas vidas que tratan de salir adelante contra el peso del trauma. "Recuerdo el cansancio de sentirnos diferentes, de no ser niños normales; no teníamos derecho a tener nombre y apellido, éramos "los hijos de...". Aplastados por aquello incluso en nuestros gestos más simples, en los juegos, en las relaciones con los compañeros de colegio".
La violencia no empieza en quien empuña el arma o detona el explosivo, y no acaba en quien recibe el impacto. Viene de antes, se hace de palabras y de injusticias, de ideología y de mentiras. Y llega más lejos, impacta en las familias, se nutre del miedo y del duelo, del exilio exterior e interior. Es un viaje que nunca acaba, el de la violencia desplazada. Un terrorista aprieta el gatillo y ve cómo mata a una persona. Pero no es consciente de que detrás del muerto están siendo alcanzados, invisibles, su mujer, su madre, su padre, sus hijos, sus hermanos, sus amigos y toda la red de afectos que conectaban a esa persona con el mundo, y que sangran, cada uno de ellos, heridos por la misma y única bala que acaba con la vida de la persona asesinada.
"Todo lo que permita recordar es bienvenido". Y cuando se recuerda de la mano de un escritor como Mario Calabresi, la memoria se vuelve un pilar sobre el que observar el mundo con más calma y más sabiduría.
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