Buah, qué historión. He tenido que buscar en internet varias veces para asegurarme de que la autora de verdad lo escribió con tan solo veinticuatro años. ¡Veinticuatro años! ¡Que yo con veinticuatro años escribía poemas malos llenos de tachones sobre amores postadolescentes y encima estaba casi orgulloso! Qué barbaridad. Esta novela es una barbaridad. Y con cada búsqueda en internet para confirmar la edad de la prodigiosa Rebecca F. Kuang me he quitado un sombrero. Uno detrás de otro. Y seguiré haciéndolo cada vez que la recomiende. Que será muy a menudo. (Vaya trajín de sombreros).
Este es un libro de fantasía histórica anticolonialista. Ya, yo tampoco tenía ni idea de que eso existía hace una semana. No sabía que un libro de fantasía pudiera estar ambientado en un Oxford real en la década de 1830, y que entrelazar historia y fantasía y manifiestos revolucionarios pudiera resultar en una historia tan fascinante. Lo he leído pensando a cada rato: qué cosa más increíble. Impresionante. Impresionante. Y seguía leyendo, entre ofuscado y maravillado por no encontrar más palabras para describirlo.
"El robo, la matanza y la violación, a estas cosas las llaman imperio y, allí donde crean un desierto, lo llaman paz". Esta cita del Agricola de Tácito es una buena descripción de lo que han hecho los imperios a lo largo de la historia con los lugares que colonizan. Y de lo que se propuso hacer el imperio británico en concreto tras la pérdida de sus colonias norteamericanas a finales del siglo XVIII. Había que diversificar la economía. Y la India y China podían ser los perfectos súbditos semiesclavos que sustentaran el afán de riqueza inagotable de las élites gobernantes. Y sí, las citas latinas son habituales en esta novela. Y la erudición. (Más trajín de sombrero).
Babel nos cuenta la visión de un joven chino políglota en un Londres victoriano cuyo poder está asegurado y protegido por sus reservas de plata mágica. La Ciudad de Plata, la llaman. Porque nada funcionaría realmente sin ella. Es la historia de un grupito de extranjeros elegidos por su don para los idiomas, condenados a vivir al margen, a ser la diana de todas las violencias, a pesar de su aparente privilegio. Es una historia del poder del lenguaje para cambiar la realidad. Porque la magia reside en las palabras, "más concretamente en esa parte del lenguaje que las palabras son incapaces de expresar. Eso se pierde cuando pasamos de un lenguaje a otro. La plata atrapa aquello que se pierde y lo manifiesta en el mundo real".
He estado una semana de viaje por un Oxford real y mágico a la vez. Viviendo en una torre fabulosa en la que conviven todos los idiomas del mundo y que esconde un oscuro propósito. He acogido un amor profundo e inmediato, un dolor difuso y furioso, un ansia de justicia y rebeldía. He escuchado con admiración a unos chavales sin raíces afirmar que "la historia no es un tejido prefabricado que nos toca sufrir, un mundo cerrado sin salida. Podemos darle forma. Crearlo. Sólo tenemos que decidir hacerlo".
Voy a recomendar mucho esta novela. Quitándome un sombrero tras otro ante su autora (¡veinticuatro años!) y ante una historia que me ha resonado dentro como si hubiera una barra de plata de por medio. Por la magia, por Oxford, por la lucha por un mundo mejor y porque la buena literatura siempre trae palabras nuevas de otro mundo para que pasen a pertenecer al tuyo. Y es que "en eso consiste la traducción. En eso consiste hablar, en escuchar al otro e intentar ver más allá de tus propios prejuicios para llegar a entender qué quiere decirte. Mostrarte al mundo y esperar que alguien te entienda".
No hay comentarios:
Publicar un comentario