Cuando voy de viaje compro marcapáginas. Uno por viaje, dos como máximo. Algunos los pierdo y no me entero. Pero otros me acompañan siempre, cada año más ajados, en la mayoría de los libros que leo. Tengo poquísimos recuerdos físicos en casa. Pero sé que los objetos importan. Son testigos de mi memoria. Huellas de lo vivido cuyos contornos solo yo percibo. Y aunque todo se transforma y procuro saborear el presente sin aferrarme al pasado, cada día un pedacito de Manhattan, de Giverny o de Viena se cuela entre las páginas de los libros que leo. Y la memoria despierta y brilla de nuevo.
Sobre la memoria y el tiempo trata este libro de Azahara Alonso, que ha resonado profundamente en mi sensibilidad lectora. Me ha hecho pensar que, a veces, el objeto, el contenido de las cosas que hacemos y decimos es lo de menos. Y lo importante está en el gesto. En la intención. En cómo formulamos una frase, en el adjetivo preciso, en la sonrisa tímida con la que esbozamos una caricia. El gesto, la intención, es lo que después queda sellado para siempre en la memoria, mientras que el objeto queda relegado al olvido de las cosas útiles que creemos necesitar para vivir, y que no son más que andamios provisionales que desaparecen una vez queda alzado el palacio invisible de la emoción y su recuerdo.
Gozo cuenta la estancia de su autora en la pequeña isla de Gozo, al lado de Malta. Está escrito en fragmentos breves, con la calma de quien se toma una copa o un té inglés muy despacio, alargando la tarde y prolongando el placer en cada largo intervalo entre sorbo y sorbo. Azahara Alonso estuvo largos meses en la isla sin propósito concreto, más allá de observar el paso del tiempo y tomarle las medidas con palabras, como un sastre a sus telas. Y el traje resultante es este libro, escrito con mimo, con cuidado, con la delicadeza y la perseverancia de los que encuentran tesoros constantemente allá donde la mayoría no vemos nada.
El gozo es lo que ocurre entre dos interrupciones. La libertad del tiempo que no se dedica a otra cosa que al presente, desvinculado de un calendario y de un objetivo. Nada define mejor a las personas que lo que deciden hacer con su tiempo cuando este no está sujeto y definido por obligaciones. Este libro es un homenaje a la vida improductiva, no regida por horarios ni por utilidades, y a la felicidad y plenitud que puede provocar en una persona capaz de disfrutar de su propia compañía. Porque no tener nada que hacer te acerca peligrosamente a ti mismo. Es una forma de mirarse hacia dentro y de pactar con ese vacío para que del silencio de las horas sin objeto brote algo que les dé sentido.
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