jueves, 7 de julio de 2022

EL ESPACIO DE LA IMAGINACIÓN

Es en momentos de gran incertidumbre política, como el actual, cuando los escritores sienten más la tentación de convertir sus novelas en programas políticos y aprovechar su espacio público para instruir a sus lectores. Algunos lo hacen a sabiendas. Otros lo hacen sin querer. Y habrá quien lo haga porque no se le ha ocurrido la posibilidad de escribir de otra forma. Hablaba de esto el escritor Javier Peña en un curso de escritura creativa que hizo P. hace unos meses y al que tuve la ocasión de asomarme brevemente. Decía que es mejor sugerir que explicar. Que una obra literaria tiene que dejarle espacio al lector para que imagine lo que el escritor no detalla, y que esa labor activa y constructiva del lector es lo que permite que haga suya la historia y que una novela tenga tantas lecturas posibles como lectores. 

En ese sentido, una obra literaria sería lo contrario de una clase magistral. Mientras que en una clase magistral el ponente dicta lo que desea que sus oyentes terminen pensando, en una novela lo que los lectores piensan construye activamente la historia que el autor está contando. Y para ello, es imprescindible que el autor deje el suficiente espacio en la imaginación de sus lectores. Que no imponga sus puntos de vista. Que no explique y explique, que no ofrezca un producto masticadito, en definitiva que no se ponga por encima del lector para enseñarle algo sino que se sitúe a su lado, le agarre del hombro y cuente con él para internarse y orientarse por el laberinto en el que quiere entrar. 

Este breve ensayo de Ian McEwan trata sobre la importancia de no decirle al lector lo que tiene que pensar. En el momento en que eso ocurre, la obra literaria se infecta del virus del mitin, del panfleto ideológico. Escribir ficción con el objetivo de defender una idea política es rematadamente difícil. Lo consiguió Orwell en 1984 gracias a resguardarse en un pesimismo militante y no sucumbir a la tentación de convertir su historia en algo esperanzador. Pero son legión los escritores que han sucumbido en el intento y han acabado perpetrando obras que están más cerca de la filosofía moral que de la literatura. 

McEwan escribe sobre el conflicto entre compromiso político e integridad estética. Henry James, el esteta por excelencia, ya escribió sobre ello en El arte de la ficción. Aconsejaba alejarse de los juicios morales, del pesimismo y del optimismo, para centrarse en los detalles que conforman la vida, "convertir en revelaciones los mismísimos pulsos del aire", porque la mente del novelista necesita libertad para crear fuera de los marcos establecidos por la sociedad. En ese sentido es lo contrario de un escritor político, y su obra es el triunfo de la libertad que da apartarse de la ideología para centrarse en la vida. 

El convulso siglo XX hizo más difícil que los escritores siguieran creando al margen de los terremotos políticos y, como dice Orwell, "dentro de la ballena". Camus ya alertaba sobre la necesidad de comprometerse de los escritores, pero también sobre "la facilidad con la que los fuertes ideales podían arruinar una obra narrativa". Y Orwell, el escritor político que se convertiría en brújula moral para tantos millones de personas secuestradas por regímenes totalitarios, insistía en la importancia de no decirle al lector lo que tiene que pensar. La imaginación tiene que ser libre. Y para ello el escritor tiene la obligación de no encerrarla en jaulas u obligarla a caminar por un único camino. 

Por momentos, este texto me ha recordado a El perfume de las flores de noche, de Leïla Slimani, cuando trata sobre el proceso de escritura y la necesidad de aislarse del ruido para alcanzar la concentración necesaria para conectar con el caudal de creatividad. Y la dificultad de hacerlo en este mundo hiperconectado en el que a cada momento hay incontables estímulos que exigen tu atención y que restringe cada vez más los espacios de silencio y soledad. 

Y me ha gustado lo que proyecta. Me parece algo valioso, algo que podría (debería) ser una aspiración en la vida: la necesidad de preservar del ruido y de la aceleración "un lugar donde la imaginación pueda retirarse a dictar sus propias reglas y crear nuevas formas de belleza, de intuición o agitación". 





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