Hay personas que imponen su criterio a sus parejas porque piensan que saben mejor que ellas lo que les conviene. Cuando estas enferman se convierten en sus médicos. Cuando dudan, responden en su nombre. Se adelantan a sus necesidades tomando por ellas todas las decisiones que pueden. Y lo hacen porque piensan que es su deber. Con la mejor de las intenciones. Lo hacen por amor.
Por amor, el marido de la protagonista de este relato le receta reposo tras el parto. Por amor, se mudan a una casa solariega para que descanse. Por amor, la recluye en una habitación amplia y luminosa con las paredes forradas de papel pintado amarillo. Por amor, le restringe las visitas, la lectura y la escritura, le dice que descanse, que descanse y que descanse, porque sus crisis nerviosas solo se pueden solucionar con el reposo absoluto del cuerpo. Y poco importa que el cuerpo esté descansado y sea la mente la que no para de girar, atrapada por una espiral descendente de depresión y obsesión. Por amor, su marido está dispuesto a hacer cualquier cosa para que se recupere. Y seguro que lo consigue, porque tan grave no podrá ser si su cuerpo está perfectamente.
"A veces me pregunto cómo iría mi enfermedad si encontrara menos oposición y más compañía y estímulos". Chalotte Perkins Gilman escribió este célebre relato en 1891, y ciento treinta años después las personas con depresión siguen sufriendo una incomprensión escandalosa por parte de la sociedad. Amigos y familiares dicen anímate, venga, que no es más que una mala racha. Y como cuenta Almudena Sánchez en su libro sobre su depresión, Fármaco, la persona enferma anhela encontrar la herida que justifique tamaño sufrimiento. La herida real, sangrante, escandalosa, la herida que uno pueda enseñar a los demás para convencerlos de que no es un bajón, un estado de ánimo, una tristeza pasajera, para que los demás dejen de ver un raspón en la rodilla cuando lo que uno tiene es medio hueso fuera y todo astillado y los tendones hechos trizas.
Pero el raspón en la rodilla es lo único que ven. "Una pasajera depresión nerviosa", según el marido de la protagonista. Nada grave. Nada que no se cure con una atención cariñosa que planifique cada detalle y cada movimiento, para que la paciente no tenga que preocuparse por nada, por nada que no sea tratar de gestionar la culpa y la ingratitud por no saber corresponder mejor a la solicitud de su marido curándose inmediatamente.
Hay personas que piensan que las depresiones se curan con palmaditas en la espalda y encierro y reposo y buenos deseos. Si se atrevieran a leer con la mente abierta este clásico de Charlotte Perkins Gilman, quizá se darían cuenta de que el amor y la mejor de las intenciones, sin conocimiento y sin capacidad de escucha, no solamente no curan ni alivian ni arreglan nada sino que pueden destrozar para siempre la vida de las personas que más quieren.
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