"El Museo Reina Sofía pierde una escultura de Richard Serra de treinta y ocho toneladas de peso", fue el titular de prensa de 2006. Treinta y ocho toneladas de peso evaporadas, puf, de golpe ya no están. ¿El robo más asombroso de la historia del arte en España? ¿O la incompetencia más ridícula de un museo que no tenía ni idea de qué pasaba con las obras que adquiría? Lo cierto es que la desaparición fue tan absurda, tan inmensa, que nada más escuchar sus detalles se te vuelve inmediatamente encantadora. Y ya da igual que algún día aparezca o no, su desaparición es más hermosa que cualquier cosa que pueda suceder con la escultura. Incluso que la propia escultura, que ya no importa nada, unos bloques de acero reducidos a un peso estrambótico que, sin embargo, puede esfumarse sin dejar rastro y hacernos soñar con lo imposible.
Y qué bien lo cuenta Juan Tallón. Y mira que la premisa del libro es arriesgada: contar la desaparición real de una escultura adquirida por el Reina Sofía en capítulos cortos, protagonizados por varias decenas de personajes en primera persona relacionados de una forma u otra con el suceso, desde Richard Serra hasta el propio Juan Tallón, pasando por artistas, marchantes de arte, juezas de instrucción, concejales, ministros y hasta una terrorista de ETA que ofrecen su imagen del suceso y que, a medida que sus puntos de vista se van acumulando y superponiendo, van creando un mosaico increíblemente heterogéneo pero misteriosamente coherente y natural de toda la historia.
Obra maestra es un libro sobre arte, arte público y urbano, sobre la política del arte, sobre filosofía del arte, sobre la percepción de lo que es arte y lo que no y de su función pública. Pero sobre todo es un libro jocoso, reflexivo, juguetón, distinto, muy distinto a lo que solemos encontrar en las mesas de novedades.
Me ha encantado saber que a Richard Serra, uno de los escultores contemporáneos más importantes del mundo, no le importó demasiado que su escultura se perdiera. A menudo, después de las exposiciones, sus esculturas más grandes directamente se destruían. Él las concebía para estar en un lugar, para dialogar con un espacio determinado, y fuera de ese espacio perdían su sentido. El arte, visto así, ya no está tanto en el objeto artístico, sino en la idea que lo produce y en la relación de ese objeto con el entorno para el que ha sido diseñado. Es difícil de entender que esos mamotretos de acero macizo increíblemente pesados puedan ser arte y no mera chatarra si no tenemos en cuenta que, en las últimas décadas, el concepto de lo que es arte se ha expandido, así como se han expandido su significado y su percepción.
¿Quién roba una escultura de treinta y ocho toneladas? ¿Para ponerla dónde, además? No es algo que puedas colgar de tu habitación, o meterla en tu jardín sin que tus visitas te pregunten. Al final, como siempre pasa en todos las desapariciones no resueltas, la construcción del misterio siempre es más satisfactoria que su hipotética resolución. La satisfacción de resolver un misterio casi nunca está a la altura del chute de adrenalina, imaginación y encanto que tiene un enigma sin solución. Y así me he quedado después de leer este libro. Feliz y contento, como alguien a quien le acaban de contar con arte y con gracia un chiste fantástico, una broma gigantesca, y decide llevársela a casa metida en el abrigo para reírse a ratitos, consigo mismo, como quien saca la petaca y se permite de vez en cuando un traguito efímero de felicidad.
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