
Como me sucedió con La casa de las miniaturas, el inicio de la historia me sumergió en un relato ameno que parecía esconder misterios insondables y, a medida que estos van cogiendo velocidad, se convierten en una vertiginosa y apasionante trama que nos deja sin aliento.
La novela transcurre en dos escenarios y épocas distantes entre sí. El primero nos sitúa en 1936 en un pueblecito de Málaga, a inicios de la Guerra Civil. Un marchante de arte vienés, su mujer y su hija se establecen en una apartada casa, huyendo del nazismo. Olive, la hija, pinta y sufre la indiferencia de su padre creando un abismo que propicia una obsesión y una trama de mentiras con la connivencia de Isaac y Teresa, dos hermanastros republicanos, hijos de un terrateniente franquista.
El enfrentamiento entre familias, el miedo al abuso de poder, la humillación y el castigo que sistemáticamente utilizaron los partidarios de la dictadura para torturar a las mujeres republicanas para que denunciaran a sus familiares, desnudándolas en el centro de las plazas, a la vista de todos los vecinos, rapándoles la cabeza y obligándolas a beber una botella entera de aceite de ricino, fueron hechos muy extendidos en muchos pueblos de España durante la Guerra Civil y Jessie Burton los describe de forma magistral y aterradora.
El segundo escenario es Londres en 1967. Odelle es una muchacha negra, llegada de Trinidad, a la que le gusta escribir y que consigue un trabajo en el Instituto de Arte Skelton a la vez que la protección de Marjorie Quick, un personaje que entraña muchos misterios. Una relación sentimental con Lawrie, propietario de un cuadro que llega a convertirse en el hilo conductor de acontecimientos que sucedieron treinta años antes en España, nos conduce a un apasionante y vertiginoso recorrido a través del amor y las obsesiones.
Una lectura estupenda para la próxima Semana Santa.
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