Quiero contemplar con estoicismo mediterráneo un atasco monumental y tranquilizar a mi mujer diciendo: "los pitidos son como la ropa unisex, valen para todos y en todas las ocasiones".
Quiero que se me conozca por mi necesidad de investigar casos, más que por mi premura al cerrarlos.
Quiero decir que la gran mayoría de los crímenes hoy en día tienen que ver con el dinero y que eso es resultado de la crisis y que si un inmigrante sin papeles ha cometido un robo con violencia para dar de comer a sus hijos no me siento bien cuando le pongo las esposas y lo mando al calabozo.
Cuando la crisis remita y los sueldos aumenten, quiero preguntarme, mientras lo celebro con mi familia, de dónde sale ese dinero.
Quiero sentarme a la mesa y rendir homenaje a los tomates rellenos que ha preparado mi mujer con la devoción propia de un místico en trance.
Si me dan a elegir entre un ascenso o seguir saltándome las burocracias y las normas a mi manera, quiero elegir la segunda opción con una sonrisa.
Cuando me planten bajo el bigote un expediente disciplinario por querer hacer bien mi trabajo, quiero llegar a casa y que mi mujer me reciba con un abrazo y un susurro: "estoy orgullosa de ti".
Quiero recorrer mi ciudad y detallar los nombres de las calles por las que paso con la delectación de un hombre recorriendo el cuerpo desnudo de su mujer.
Quiero aprender de mis compañeros que "hay dos cosas que nunca deben mantenerse ocultas, en ningún caso: los muertos y los asuntos económicos turbios. El mundo sería un lugar pestilente si no enterramos a los muertos como es debido y si no aclaramos de dónde viene el dinero".
Quiero que Grecia deje algún día de ser ese conejillo de indias usado para averiguar hasta qué punto un país y su población pueden soportar privaciones de todo tipo.
Yo quiero ser el comisario Kostas Jaritos.
Y vivir en los libros de Petros Márkaris, ese grande de la novela negra que triunfa diseccionando la corrupción y la avaricia de los que mueven los hilos de la crisis.
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