Me interesan mucho los desarraigos. Los testimonios de personas que viven con un pie en una cultura y el otro en otra, en un extraño equilibrismo que a menudo les hace sentirse extranjeros en todas partes. Sentirte extranjero libera y duele. Libera porque la necesidad de encajar y actuar conforme a unas normas sociales rígidas se relaja y tu condición te permite excentricidad y actuar un poco como quieras. Y duele porque en el fondo todos deseamos una familia amplia que nos acoja y nos haga sentirnos parte de algo más grande que nosotros.
Yo he sido extranjero en Francia durante el año que viví allí. Y a pesar de que aprendí el idioma y traté de imitar las costumbres, siempre fui el español, el de fuera, el que se añade pero no pertenece. Curiosamente, un año bastó para afrancesarme y, al volver, ya tampoco me sentía del todo español en España. Lo que antes me parecía natural en mi país, empecé a percibirlo como exótico e incluso un puntito escandaloso, desde la costumbre de echar la bronca por no saber dar las gracias (mira que haber traído un bizcocho, pero si no hacía falta, ¡hay que ver cómo eres!) hasta el uso de imperativos sin contemplaciones para pedir las cosas en una tienda (dame tres bolis, envuélveme esto para regalo y me das una bolsa). A veces basta con cruzar una frontera para que la campechanía se convierta en mala educación. Pero eso de no sentirme español tampoco era una percepción solo mía, siempre recordaré un intercambio con la tía de P. el día que la conocí. Ella me preguntó dónde estaba mi costilla, y yo la miré sin entender, ¿cómo? Sí, tu costilla, que dónde se ha metido. Y como yo seguía sin saber de qué hablaba, me miró fijamente por primera vez y me dijo: ¿pero tú eres español? A veces basta con no entender un coloquialismo para volverte extranjero en tu propio país.
"El desconcierto de vivir como extranjero, que en un principio es un obstáculo por vencer, con los años se convierte en el resultado de tu vida". Theodor Kallifatides lo sabe muy bien. Griego afincado en Suecia, traductor del griego al sueco y viceversa, reflexiona en este libro autobiográfico sobre la vida del emigrante desde un punto de vista poético, psicológico y filosófico. Sobre qué significa para un griego vivir en Suecia, y cómo la identidad corre el riesgo de diluirse cuando pasa tantos años fuera de su lugar de origen. Al final, como escritor y traductor, encuentra en las palabras ese refugio universal para abrigarse ante cualquier intemperie: "No me perdería a mí mismo mientras pudiera calentarme junto al hogar de mi lengua, aunque fuera de lejos".
Cuenta que en Grecia no parece griego ni en Suecia, sueco. Y no tiene nada que ver con el idioma. ¿Qué es lo que nos define como pertenecientes a un lugar? Quién sabe. Pero detectar al que no pertenece siempre ha sido un ejercicio inmediato (y placentero) para muchísima gente. "Quizá sea más fácil ver lo que alguien no es que lo que es".
Me ha gustado mucho el capítulo que dedica a las diferencias entre el griego y el sueco. No se trata de las palabras, sino de la idea detrás de las palabras, del concepto que las habita. "El sol griego es masculino, de pelo corto y ensortijado. El sol sueco es femenino, de pelo largo y lacio. Para los griegos, la luna es una beldad, para los suecos, en cambio, es un viejecito cansado". Así que cuando un griego le hable de la luna a un sueco, por mucho que sepa todas las palabras necesarias para comunicar su pensamiento, su luna no tendrá nada que ver con la luna de quien escuche, y la comunicación rodará sobre una carretera llena de baches y agujeros y trampas que ninguno podrá sortear. "Se puede traducir una palabra de una lengua a otra, pero no se puede traducir un universo a otro universo. Siempre falta algo, y con mucha frecuencia lo esencial".
Sentirte extranjero libera y duele. Siempre seré extranjero fuera de España y a menudo lo seré también dentro, por muchos coloquialismos que aprenda. Al final, pienso que es una suerte habitar más de un universo, comprender el mundo desde más de un punto de vista. Quizá entender que el sol puede ser a la vez masculino y femenino sea abrir una ventana más por la que mirar el mundo. Ver más allá de lo que podrán ver los que nunca han vivido como extranjeros en ningún sitio.
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