Me gusta leer libros sobre música, porque no solo los leo, los escucho. Con 555, de Hélène Gestern, me sumergí en las sonatas de Scarlatti, y, cada vez que lo recomiendo, un clave se pone a danzar juguetón en mi cabeza. Con este Violín de Lev he escuchado a Monteverdi y a Corelli, su pasión y su serenidad, y la textura carnosa y frágil del violín me ha acompañado toda la lectura como el protagonista indiscutible que es. Helena Attlee ha escrito un libro sobre un violín. Un violín muy especial. Un violín que la cautivó hace años y que no ha podido quitarse de la cabeza. Un violín capaz de convertirse en el héroe de una historia de aventuras, de un viaje musical por bosques, ríos, mercados, talleres, museos y ese mundo esplendoroso de la imaginación que se abre como un libro cada vez que una historia comienza en nuestra cabeza.
Todo empezó en un concierto de música klezmer en una pequeña ciudad galesa. Un violinista dio un paso al frente, el resto de instrumentos enmudecieron, y el tiempo se detuvo. Ese sonido empezó a hablar con una voz tan poderosa que los sentidos del público se agudizaron, ansiando emociones más intensas, salvajes, tristes y alegres que las que eran capaces de imaginar. "Cuando los aplausos se fueron apagando y se encendieron las luces, mi vieja amiga Rhoda se volvió hacia mí sonriendo y me dijo: "¿Cómo se atreve a hablarnos de ese modo? ¡Somos mujeres casadas!"
El poder de seducción de este violín ocupó cuatro años de investigaciones y viajes en la vida de Helena Attlee. Como una Agatha Christie de los violines, la autora le siguió la pista por medio continente, empezando en Cremona, cuna de los mejores violines antiguos del mundo, siguiendo por todo el norte de Italia, por Praga, París, Londres, hasta acabar en Rostov, frontera entre oriente y occidente y donde la música gitana mezcló sus sonidos con instrumentos nacidos para tocar a Vivaldi en una deliciosa mezcla cultural.
Página tras página de este fascinante festín cultural, he estado tras las rejas de un convento, mirando por encima del hombro indiscreto de Rousseau, tratando de vislumbrar el perfil de alguna de esas chicas que cantan y tocan como los ángeles en los ospedale venecianos para comprobar si su físico puede equipararse a la belleza sin igual de la música que interpretan. He vivido una época y una cultura que puso los violines en el centro de la religión y les otorgó poder para cambiar la educación estética de varias generaciones y las vidas de sus humildes instrumentistas. He conocido una liturgia que en el siglo del barroco italiano se volvió intensa, extravagante y sensual, una experiencia integral de los sentidos gracias en buena medida a la omnipresencia de los violines.
La historia del violín de Lev, como la de la mayoría de instrumentos antiguos, "parece pertenecer a un lugar remoto en el tiempo, difuso, apenas iluminado por velas, donde el misterio todavía puede florecer y la verdad resultar aproximada". Este libro explora ese misterio y cuenta cómo los violines italianos han sugestionado a personas como Attlee durante siglos, determinando sus estados de ánimo, influyendo en su imaginación, dirigiendo sus pensamientos e incluso llevándolos a emprender viajes por toda Italia para seguir la pista del embrujo de su música.
El violín de Lev me ha recordado a Peregrinos de la belleza, de María Belmonte (también traductora de Helena Attlee) y a Grand Hotel Europa, por esa llama atraída por la cultura mediterránea que alimenta la pasión por el arte, la historia y la música. Es la historia de una obsesión, la obsesión por un sonido capar de cambiarte la vida. Y es que, como dice el último propietario del violín de Lev: "Sentí una conexión total con su sonido. Me respondía con ese tono lúgubre en los graves que no había encontrado en ningún otro violín, y en su voz había una tristeza que aún me obsesiona. Reconozco la misma tristeza en mí mismo y puedo expresarla perfectamente a través de este violín. Siempre había deseado producir un sonido del que yo formara parte y era éste".
No hay comentarios:
Publicar un comentario