De Gamonal no sabía casi nada. Me quedaban un par de recuerdos borrosos de hace años, una avenida levantada y protestas callejeras donde quizá uno menos se las espera, en un barrio periférico de Burgos. Así que llegué a este cómic con la mente limpia y con ganas de profundizar en algo que siempre me ha llamado la atención: la insurrección popular contra el poder.
Creo que todos hemos sentido alguna vez la necesidad de rebelarnos. Contra los padres, contra los profesores, contra los jefes. Contra cualquier forma de autoridad que consideremos ilegítima. Una forma de autoridad contra la que yo me he rebelado mucho es aquella que ejerce su poder en mi nombre, vendiendo sus dictados como ayudas, con la benevolencia paternalista de quien está convencido de saber mejor que yo lo que me conviene. Es un tipo de autoridad que ejercen con mucha frecuencia los políticos, y que rara vez encuentra oposición organizada entre la gente que la sufre. Por eso el caso de Gamonal abrió los telediarios durante unos días y tuvo tanto impacto en otros lugares: unos vecinos de un barrio periférico de una ciudad media habían desafiado a una autoridad política que pretendía saber mejor que ellos lo que era mejor para sus vidas y para su barrio.
La historia es compleja y viene de atrás, pero se podría resumir en una frase: un grupo de vecinos se reunió en la calle para paralizar las obras de un bulevar porque consideraban que el resultado les perjudicaría. El barrio llevaba mucho tiempo con necesidades básicas sin cubrir y con un alto nivel de desempleo. Esto había provocado malestar e indignación entre los vecinos, cansados de sufrir la disminución del gasto social, e indignados ante los casos de corrupción urbanística entre los políticos locales que no dejaban de destaparse. Y decidieron que se había acabado. Que basta ya de sufrir y callar. Que construirían el bulevar, quizá, pero no en su nombre, no para beneficiarlos a ellos, y no con su beneplácito.
Este cómic trata sobre el impacto nefasto del urbanismo depredador en la vida de la gente. Sobre cómo el culto al asfalto y a la privatización de suelo público nos vuelve más precarios y más desiguales. Gamonal reclamaba un urbanismo que facilitara la vida de sus vecinos, que atendiera a las necesidades reales de la gente, y no de una élite corrupta. Y en unos pocos días de enero de 2014 le echó un pulso a la clase política que hoy sigue estudiándose como ejemplo de lo que puede ocurrir cuando se usa el poder para imponer medidas que atacan la vida diaria de la gente.
Y Gamonal cuenta también una historia por todos conocida. La historia de muchos de nuestros abuelos, que dejaron atrás su casa en el pueblo y se vinieron a la ciudad, o mejor dicho, a las barriadas obreras de la ciudad, que era donde había pisos que se podían permitir, unas barriadas que distaban mucho de encajar en el sueño que les hizo un día decidir abandonar sus hogares. Durante el siglo XX estos inmigrantes venían de los pueblos cercanos o de otras provincias. En el siglo XXI la historia se repite, las barriadas son las mismas y siguen igual de desatendidas, aunque muchos de sus vecinos vengan de más lejos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario