Los años treinta fueron una década de renacimiento para Nueva York. Mientras los rascacielos crecían hasta las nubes, proliferaban las galerías y los museos en una efervescencia social y cultural que contrastaba con la crisis económica tras el crack de 1929. Los magnates que no lo habían perdido todo en la Bolsa competían con las esferas públicas para crear una Florencia moderna que pronto tomaría el relevo de la vanguardia artística y cultural tras la debacle europea de la Segunda Guerra Mundial.
En este contexto irrumpen como un vendaval el grupo de universitarias que protagonizan esta novela coral de Mary McCarthy, todo un clásico de la literatura estadounidense del siglo XX. Hijas de familias de clase media-alta con ambiciones culturales, su paso por el Vassar College ha supuesto para todas una verdadera revolución. Con un tono mordaz, vivaz y chispeante que derrocha ingenio e ideas, la autora retrata a estas chicas en el momento de dar el gran salto a la vida adulta. Todas laten en cada diálogo, llenas de vida, en una serie de escenas memorables, como personajes de Edith Wharton o Rebecca West que se hubieran desprendido de todos los recelos y ansiedades de las generaciones previas. Una de ellas lo describe como "una experiencia casi demasiado rica. Se sentía llena de ideas interesantes que solo podía comentar con mamá; desde luego no con un hombre, quien supondría que estabas chalada si empezabas a hablarle de la Doncella de Maíz (figura mitológica de los indios de América del Norte) cuando estabas a punto de perder la virginidad".
Los primeros capítulos describen esa generación de hijas de las primeras sufragistas de tal forma que cualquiera querría pertenecer a ella. Derrochan encanto, inteligencia y vitalidad. Cualquiera diría que sólo por haber compartido pupitre y confidencias con ellas, ya estaba una preparada para comerse el mundo. Por supuesto, luego la realidad llega con sus imposiciones y sus desencantos, pero algo de esa primera impresión permanece. Ojalá haber sido una chica Vassar en esos años.
Mary McCarthy |
De El grupo me han gustado muchas cosas. Me ha impresionado que una novela escrita en 1963 y ambientada treinta años antes resulte tan escandalosamente moderna. Trata sobre la igualdad en las tareas domésticas, sobre la naturalidad a la hora de hablar de métodos anticonceptivos y de todo lo relacionado con el sexo, incluso como actividad desvinculada del amor. En los años sesenta fue un escándalo que los personajes femeninos hablaran de sexo así. Y sospecho que hoy en día muchos lectores se escandalizarían igual.
Me ha gustado también que cada capítulo contenga el germen para una novela entera. La autora se detiene en cada detalle, psicológico y físico, de los personajes, como una maga que preparara a sus actores en bambalinas, maquillándolos y vistiéndolos hasta dejarlos listos para recibir un último empujón de su varita y aparecer bajo los focos ante el público, radiantes y perfectos.
En El grupo hay de todo. Vida conyugal. Vida de solteras. Vidas con padres dependientes. Amas de casa y trabajadoras. Lactancia. Adulterios. Hombres que las quieren y las respetan. Hombres que las manipulan, las pegan e intentan violarlas. Alegrías y tristezas. Convulsiones políticas. Desolación. Y por encima de todo, el sentimiento de pertenecer a una misma generación, feliz y desdichada a la vez, pero unida por el privilegio de compartir un vínculo irrompible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario