lunes, 27 de abril de 2020

EL PESO DE LA NIEVE

No me dijo de qué trataba. Ni por qué le había gustado. Ni qué le hacía pensar que a mí me gustaría. Unos días antes del inicio de la cuarentena, una clienta que conozco hace mucho tiempo entró en la librería, sacó este libro y me dijo, agarrándolo con pasión: léelo, hazme caso, te va a encantar. Y le hice caso. Y tenía razón. 

El título de cada capítulo es un número. Un número que empieza, como la historia, en otoño, y que va creciendo y creciendo con el frío y luego decrece súbitamente hacia el final con la llegada de la primavera. Treinta y ocho. Cincuenta y seis. Ciento setenta y cuatro. Doscientos cincuenta y dos. Ciento cincuenta y tres. Ochenta y nueve. Treinta. Siete. Los números se corresponden con los centímetros de nieve que se acumulan sobre la tierra y que, en esta aldea perdida de Canadá (o de cualquier otro lugar del mundo con inviernos duros), lo recubren todo de silencio, frío y tiempo detenido. 

Esta es una novela de un confinamiento. En este caso el virus es la falta de electricidad y lo que confina a las personas no es el miedo sino el frío y la nieve y la imposibilidad de desplazarse. El protagonista se recupera de un accidente de tráfico en una casa perdida en el bosque, junto a un señor mayor desconocido que se ha propuesto cuidarle hasta que pueda valerse por sí solo. Y así pasan los días. Viendo nevar. Viendo acortarse la luz diurna a medida que bajan las temperaturas y suben los centímetros de nieve hasta superar la altura de un hombre. ¿Cómo mantener la cordura en un confinamiento? ¿Cómo no volverse locos en ese mundo detenido por el dolor físico y un clima extremo? Las historias. Las historias son las que siempre nos salvan. 

Cuando la realidad cambia, las historias cambian. Y nos dedicamos a describir esos cambios. Nos obsesionamos con esos cambios y toda nuestra atención se centra en lo que ha sustituido la realidad perdida. En las cifras de víctimas o en los centímetros de nieve. Pero las historias no pueden limitarse a describir una realidad, por nueva e interesante que sea. Las historias tienen que enriquecer esa realidad con imaginación y con, al menos, un intento de belleza, especialmente si esa realidad duele. Las historias tienen que tomarle el pulso a la realidad inventando alternativas, desvíos, sus propias realidades paralelas. Cualquiera que haya vivido un confinamiento, como la mayoría de nosotros y los personajes de esta novela, saben que contar historias que se salgan de los márgenes previsibles de una realidad cruel es la mejor forma de combatirla y de mantenerse cuerdo, y a salvo, ante el impacto que provoca. 

La clienta que me recomendó esta novela con tanto entusiasmo me conoce bien. Y sabía que lo que me iba a seducir de la prosa de Christian Guay-Poliquin eran el ritmo y la poesía. Gracias a ella he sentido el paso lento de los días, he escuchado el silencio de la nieve al caer, su peso imperceptible y a la vez tan rotundo que es capaz de quebrar árboles y hundir tejados. He disfrutado con la generosidad espontánea del que cuida, he entendido el mutismo del convaleciente, que a fuerza de mirar por la ventana termina viendo colores en la nieve que no pueden existir, y he admirado esa "desesperación luminosa" por resistir en medio de ninguna parte a lo que venga, sea lo que sea y cueste lo que cueste. 

El peso de la nieve indaga en lo que queda de nosotros cuando la mera supervivencia parece ser el único objetivo. Qué nos hace humanos cuando llegamos al límite de la resistencia. Me ha recordado a otras novelas de naturaleza extrema, como La lluvia amarilla, de Julio Llamazares, o Intemperie, de Jesús Carrasco, por la intemporalidad de su argumento y su capacidad para transmitir belleza y tensión dramática con muy pocas palabras. Gracias por la recomendación, Claudia. El peso de esta nieve me ha llevado muy lejos de aquí. 




2 comentarios:

  1. Gracias por como escribes. Esa forma de conectarnos con el libro sin desvelar pero deslumbrando, es brillante.

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    1. Muchas gracias. Me alegra mucho que leas las reseñas y te gusten.
      Un abrazo.

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