jueves, 16 de enero de 2020

DESIERTO SONORO

"Si pudiera subrayar simplemente ciertas cosas con el pensamiento, lo haría: esta luz que entra por la ventana de la cocina, inundando la cabaña entera con una calidez ambarina mientras pongo la cafetera; esta brisa que sopla a través de la puerta y me acaricia las piernas mientras enciendo la estufa; ese sonido de pasos -pies diminutos, desnudos y tibios- cuando la niña sale de la cama y se acerca a mi espalda para anunciar: Mamá, ¡me desperté!"

Creo que este pequeño párrafo contiene buena parte de las cosas que más me han gustado de esta magnífica novela: el afán de la pareja protagonista por documentar aspectos de la vida para tratar de entenderlos (o rescatarlos del olvido); la delicadeza de las descripciones y el inmediato impacto visual que provocan; y los niños, con toda su vitalidad, extravagancia e inocencia, cuya vida interior se despliega en multitud de escenas irresistibles. El otro tema fundamental de la novela es quizá el de los niños emigrantes que tratan de entrar en Estados Unidos desde México, tema que ya trató en su anterior libro, Los niños perdidos, una crónica fantástica sobre la xenofobia estadounidense basada en su experiencia como intérprete en la Corte Federal de Inmigración de Nueva York. 

Esta novela resuena dentro de mí. La terminé hace ya unos días y todavía la siento vibrar por dentro cada vez que pienso en su historia o releo alguna página. Escucho sus ecos, la coreografía cotidiana de cada gesto de esta pareja que viaja por el sur de Estados Unidos con sus dos hijos pequeños en busca de una historia que documentar, en busca de un posible arreglo para su propia relación que se descompone. Los niños, en el asiento trasero, escuchan las historias de los niños perdidos que les cuenta la madre, mezcladas con las historias de los últimos apaches que les cuenta el padre, y en su imaginación unas y otras comienzan a formar parte confusamente de un mismo relato de aventuras, de heridas y de resistencia. 

Las conexiones entre la actitud del gobierno de Estados Unidos con los indios nativos en el siglo XIX y la actitud actual con los inmigrantes centroamericanos son muy evidentes. Pero Desierto sonoro no me ha parecido una novela política. De hecho, diría que con sus capítulos oníricos, con su poesía en las descripciones y ese aire de intimidad luminosa en cada escena, es lo contrario de un panfleto. Es una novela cautivadora sobre la infancia, sobre los niños que un día entienden que ese universo sólido e inmutable de amor y seguridad en el que viven no sólo no es común a todos los niños, sino que puede volverse quebradizo y saltar por los aires y tienen que estar listos para ello. 

He leído esta novela como quien mira hablar a alguien con los ojos fijos, atentos y admirativos, y piensa: qué maravilla, ojalá no dejaras de hablar nunca, sigue, sigue, por favor, aunque a veces no termine de entenderte del todo, aunque mi inteligencia no te alcance, tú sigue, porque el tono de tu voz y esas palabras que eliges para mecerme en tu historia me llenan de alegría y lucidez. 



2 comentarios:

  1. Qué curioso, este libro me «ataca» por varios frentes. Y ahora vuestra estupenda reseña. Parece que me está llamando a voces :) saludos!

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    1. Deja que te ataque. Estoy seguro de que no te arrepentirás.
      Gracias por comentar. ¡Un abrazo!

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