Todos los inmigrantes se parecen. Difieren en sus motivaciones, pero todos desean una nueva oportunidad, un nuevo futuro. Los españoles de los años sesenta en Alemania no son muy diferentes de los africanos de esta década. Querían lo mismo que estos quieren, un futuro mejor. Y estaban dispuestos a trabajar como fuese y donde fuese para lograrlo. Se conformaban con poco. Hacían los trabajos que los alemanes no querían. Asfaltar carreteras a diez grados bajo cero. Despejar la nieve de las calles. Picar cemento. Lo que fuera. Pero había una diferencia fundamental: en Alemania hace medio siglo había mucha gente dispuesta a tratar bien a los inmigrantes. Cuando los veían trabajando en la nieve no dudaban en salir a ofrecerles un café en la calidez de su salón. A echarles una mano en lo que pudieran. No había un recelo generalizado hacia los extranjeros. ¿Por qué recelar? ¿Qué daño podían hacer esos hombres del sur de Europa que sólo buscaban trabajo? ¿No habían estado los propios alemanes en circunstancias mucho peores apenas quince años antes, tras el fin de la guerra? Hace cincuenta años en torno a un millón de españoles emigraron a Alemania en busca de trabajo. La mayoría terminó volviendo. Hoy en día, sus hijos y sus nietos son incapaces de devolver parte de la solidaridad que recibieron en Alemania y no dejan de envenenar la convivencia con los inmigrantes africanos con su xenofobia.
En estas cosas pensaba al leer este cómic de Kim, el dibujante de El arte de volar y de El ala rota. En la incapacidad de la gente para ofrecer lo que han recibido. En la memoria selectiva, que condena al olvido algunas lecciones valiosas del pasado.
Kim viajó a Remscheid, Alemania, en 1963, con veinte años. No salió huyendo del país, como otros hicieron para evitar la cárcel o el garrote. No emigró, como tantos otros, para intentar sobrevivir o para enviar a casa el dinero necesario para que los suyos vivieran con dignidad. Viajó para vivir una aventura, para salir del tedio de unas clases de bellas artes poco inspiradoras y conocer mundo antes de hacer la mili. Pero al poco de llegar a Alemania y conocer a otros españoles emigrados, se dio cuenta "de que lo que para mí era una experiencia, una aventura, incluso un divertimento, para algunos de aquellos hombres era la última oportunidad que tenían de la salir de la miseria".
La España negra de la obediencia y el miedo sobrevuela buena parte de las historias de sus compañeros en el exilio. Un día vienen unos señores muy bien vestidos a darles una charla en una sala del albergue alemán donde se hospedan cientos de españoles. Hablan de dignidad, del orgullo de ser español, de defender el honor, hasta que uno de los amigos de Kim estalla: "¿Qué coño hacéis aquí en Alemania hablando de dignidad, cuando vosotros junto al caudillo habéis fusilado a media España? ¡Fuera de aquí, cerdos, asesinos!" Es glorioso ese momento en el que se dan cuenta de que son falangistas y empiezan a increparles, a insultarles, a tirarles encima toda la rabia acumulado por décadas de represión y violencia. Qué liberación saber que estar allí les protegía de las represalias y que ese estallido en España les habría costado la libertad, la salud y quizá la vida.
Joaquim Aubert Pigarnau, "Kim" |
Me ha emocionado la hospitalidad espontánea de esas señoras alemanas ofreciendo café a los españoles que quitan la nieve de sus calles bajo la ventisca. Y las sesiones de música con cerveza en la habitación de Kim, bautizada como la Cueva del Arte, por los cuadros, los instrumentos y los jolgorios inspirados que montaban siempre que podían. Bajo la mirada benevolente del dueño del albergue, un grupito de españoles construyeron en aquella pequeña ciudad alemana un hogar. El hogar que la mayoría había perdido al irse de España.
Todos los emigrantes se parecen. Si esta historia la hubiera escrito un senegalés que hubiera venido a España en 2013, también habría hablado de añoranza, de aventuras, de compañeros, de incomprensión, de trabajo duro, de esperanza. Pero no dejo de preguntarme, ¿habría hablado también de hospitalidad, de agradecimiento o de admiración?
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