Corea del Norte parece un país de novela distópica. Un campo de experimentos para los fans ultras de 1984. A mucha gente le fascina porque es como un videojuego o una película, y piensan en ese líder gordo y siniestro como si fuera el Hitler de nuestra época, un Hitler ridículo y estúpido, bravucón pero en esencia inofensivo, tan y como parecía Hitler hasta que empezó a anexionarse países.
Corea del Norte es un país que no nos terminamos de creer. Y menos aún los que hemos nacido en democracia y aprendimos del terror de los regímenes totalitarios a través de los libros. Nos parece un país hecho de historias, de retazos de cuentos escalofriantes relatados por supervivientes, fugitivos que han escapado de una pesadilla y todavía tiemblan al recordar a los monstruos.
Pero Corea del Norte existe. Y no está gobernada por monstruos. Son gente de carne y hueso la que prohíbe a los niños celebrar su cumpleaños. Gente de carne y hueso la que reprime a golpes cualquier crítica a su líder gordo y siniestro. Y gente de carne y hueso, también, la que llena las plazas kilométricas de Pyongyang en los días de la patria, movida por el miedo o la idolatría, tratando de sobrevivir allí donde han sobrevivido sus padres y sus abuelos, en el país más hermético del mundo.
Corea del Norte existe. Y en las páginas de este cómic, protagonizadas por un niño cuyo cumpleaños coincide con el de su amado líder, cobra vida de una forma vívida y dramática. Quizá haga falta leer libros como este para darnos cuenta de que la distopía no sólo está en los libros. De que la violencia y el ansia de reprimir las ideas laten con fuerza en millones de personas de todo el mundo. Millones de personas que aprueban la humillación de los más débiles, la segregación por raza, religión o inteligencia, el desprecio por los diferentes y la supresión de libertades en aras de la seguridad o de la unidad de un país. Millones de personas que están dispuestas a salir a la calle en defensa de ideologías asesinas, aprobando que se insulte, se amenace y se den palizas a aquellos que han cometido el terrible delito de pensar diferente.
Corea del Norte parece un país de novela distópica. Pero una parte nada desdeñable de su distopía vive en la mente de millones de personas reales con las que hablamos todos los días.
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