El mundo explota en mil pedazos. Es el quinto invierno de la guerra.
El mundo explota en las ciudades por la avaricia de los hombres, por la soberbia de los hombres al creerse mejores que otros. Insisten en que tienen razón. Pero ¿qué importa la razón cuando un niño se desangra?
La guerra divide el mundo entre los que tienen miedo a morir y los que disponen de la vida de los demás. Entre los que tienen porque arrebatan y los que mueren desposeídos de su tierra.
La guerra es una metástasis en la decencia de los que mandan, es la humanidad necrosada, gris y violenta de los que aniquilan para lucrarse enarbolando la bandera de los salvadores.
Ya está aquí el frío. Una vez más.
Y una vez más los niños lloran, los niños sangran.
Y aunque los asesinos que sonríen en la tele no dejen de matar personas, no pueden matar las palabras.
Hacen falta palabras. Cada día que pasa, más palabras.
Las historias necesitan palabras que las cuenten, ilustraciones que den vida al miedo, al éxodo interminable de familias que huyen con las raíces rotas.
Hacen falta libros que nos cuenten la muerte para no repetirla, para saber distinguirla cuando se esconde en la sonrisa de un político, cuando llega bajo el nombre de ayuda humanitaria y explota en las manos de los más necesitados como bombas de racimo.
Hacen falta libros como éste, hechos de palabras e ilustraciones sobre un niño en la guerra. Un niño más, llamado Akim que, como otros tantos, huye, no para de huir de un estallido a otro de esa vida infernal que los señores de la guerra quieren para su población.
Correr, huir, ¿qué otra opción queda cuando todo desaparece?
Ya está aquí el frío. Los niños lloran.
Y este libro no consuela. Este libro denuncia, señala, enciende.
Este libro amenaza con despertar conciencias.
Este libro está aquí para salvarnos de la indiferencia.
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