Me presentan a una amiga de unos amigos, más joven que yo, y cuando le digo que si estoy detrás del mostrador es que de verdad me dedico a esto, no me cree. Yo intento ponerme serio y adoptar una pose muy digna y convincente, pero nada, no hay manera.
Luego me arriesgo con lo demás:
- Sí, estudié piano, sí, todos esos años, sí, hasta el final, de verdad, que sí, en serio.
Y termino bajando la voz, casi como pidiendo disculpas:
- Y sí, bueno, he escrito un par de libros, no, de poesía, sí.
Me encanta el poder de la palabra poesía para enmudecer por un segundo a la gente. Siempre provoca una mirada. Aunque a veces no es muy bonita, esa mirada. Desconcierto. Desconfianza. Incredulidad. Ojos muy abiertos que preguntan ¿en serio? ¿de verdad?, pero, pero ¿tú de qué siglo vienes?
Y claro, no me creen.
Esta chica no me cree.
Para demostrármelo me dice:
- Te has pasado miles o decenas de miles de horas de tu vida ensayando solo en tu casa un lenguaje abstracto, te inventas historias que quieres que nos las creamos y además consigues que al final acabemos pagándote por ellas... No, tú no eres ni pianista ni librero ni escritor. Tú lo que eres es un personaje de ficción.
- Pues eso, lo que yo decía.
Se me queda mirando, divertida.
- Vamos a ver, ¿y qué personaje eres hoy?
Me la quedo mirando, divertido.
- El que tú quieras que sea.
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