lunes, 22 de junio de 2015

PRIMER AMOR

Si os preguntaran por la historia de vuestro primer amor, algunos os remontaríais a vuestra infancia, a aquella niña o aquel niño de primaria que os miraba quizá más suave o más insistentemente que el resto y con quien compartíais tardes de domingo jugando a ser felices de otra forma; otros hablaríais de aquella primera pareja, ya pasada la adolescencia, que os abrió las puertas del sexo y cuya huella aún palpita y casi duele en ciertas fechas, olores o ciudades; y los menos quizá correríais un tupido velo sobre vuestros primeros veinte años y confesaríais, con turbado orgullo, que vuestro primer amor es esa maravillosa persona que aún os acompaña, padre o madre de vuestros hijos, único y legítimo guardián de vuestros afectos. 

Tras leer a Turguénev, me pregunto sobre la naturaleza de ese primer amor: ¿qué lo define?, ¿por qué es importante?, ¿cómo lo recordamos?

Y se me ocurre que ese primer amor tiene que tener una historia digna de ser contada, con su rito de iniciación y su aire de tragedia, para llamarse propiamente primer amor. Tiene que llegar de golpe, sin avisar, convertirse en una fe en un mundo sin certezas, tiene que ser inocente y terrible, negro y blanco sin pasar nunca por los colores intermedios, tiene que ser platónico y apenas consumado, un hambre desesperada que nunca se sacia, prometer un universo nuevo y dejar la cucharada de miel siempre al borde de los labios, ofrecer ilusión y confianza y luchar constantemente por huir del miedo y del recelo.

El primer amor, después de leer a Turguénev, pienso que debe ser despiadado en su brevedad y dulce en su explosión, debe llegar más hondo que ninguna herida anterior y convertirse en la piedra que mayor número de hondas expansivas deja en la superficie de nuestra futura forma de amar. Debe ser una ignorancia, un egoísmo, un desdén hacia todos los que aún no aman; un sueño, una fábula, una mentira contada al oído en una noche de verano. Debe ser dramático y exaltado, una Ofelia, un Romeo, un Otelo y una Julieta en una mezcla imposible y alucinada que siempre recordaremos con la sonrisa ausente y melancólica que reservamos a los mejores deseos que nunca obtuvieron su recompensa. Una llama que quema y no calienta, una historia dominada por el yo en la que el tú está tan idealizado que apenas tiene voz, el primer amor debe ser el dolor que nos despierta y nos enseña que a menudo la felicidad se esconde más en su propia expectativa que en cualquier culminación a la que pretendamos llegar. 

¿Quién tiene una historia así que contar, una historia que dé para una obra de arte como esta de Turguénev, una historia fácil de poetizar y que despierte invariablemente una envidia terrible en sus mejores amigos?
No todos han tenido un primer amor memorable. Algunos han llegado directamente al segundo amor sin pasar realmente por el primero, otros prefieren no acordarse de los delirios de su adolescencia. 
Porque si no es heroico, si no sirve de material para los más bellos y melancólicos sueños o para una novela trágica y desaforada como esta, ¿qué es el primer amor? 



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