Septiembre, como siempre, es un verdadero festival de novedades, y dos de mis autores favoritos de novela negra, Petros Márkaris y Jo Nesbo, comparten la mesa de lo más reciente. Los títulos son "Pan, educación, libertad", del primero, y "El muñeco de nieve", del segundo. Los he leído casi seguidos y me han encantado los dos, aunque no deja de asombrarme lo diferentes que son, a pesar de pertenecer al mismo género. Los elementos comunes son obvios: un comisario de policía que tiene que resolver uno o varios casos de asesinato, con cierta predilección por los asesinos en serie, y que generalmente triunfa en su propósito con diversos grados de dificultad. Ahora bien, las diferencias son enormes. Nesbo es noruego y sus personajes son solitarios, pasan frío y comen mal. Márkaris es griego y su protagonista ama a su familia, maldice el tráfico y come de maravilla. Son mundos tan opuestos que parece mentira que pertenezcan al mismo continente.
Es la sexta novela que leo del autor noruego y no deja de fascinarme la psicología de su protagonista. Harry Hole es un policía que ronda los cuarenta, muy alto, muy delgado, con tendencia a ahogar sus problemas en el alcohol. Y es una tendencia peligrosa, porque problemas tiene muchísimos. A Nesbo le gusta indagar en las raíces de los traumas, en la dificultad para soportar el peso de una soledad inevitable, en cómo se protege uno de las dentelladas de los demonios interiores. Todos sus libros son una mirada hacia dentro y una lucha por encontrar algo de paz en la destrucción que traen consigo las relaciones frustradas. Sus personajes siempre sufren algún desequilibrio emocional y a menudo sus decisiones bordean los límites de lo ético. Y describe esa intensidad con una prosa que por momentos se vuelve lírica y profunda, inesperada y sorprendente en una novela negra. Sus libros son potentes, violentos y dejan huella, plantean preguntas interiores que tienen difícil respuesta. Y a la vez las tramas están bien hiladas, con todo el ritmo y los giros inesperados que se pueden pedir.
Quizá la simpatía es más inmediata al leer las historias de Kostas Jaritos, el comisario cincuentón de Márkaris. Campechano, familiar, ligeramente chapado a la antigua (digamos que casi machista y casi de derechas), sus investigaciones transcurren con parsimonia, son casi pacíficas, sin la violencia explícita de Nesbo, llenas de descripciones de itinerarios urbanos por Atenas y con una ausencia total de conflictos interiores. Kostas es un hombre mayor, estoico, afable y no se cuestiona nunca a sí mismo. Cae bien casi desde el principio por su bonhomía y su ausencia de sombras. Ningún enigma, ningún demonio, ninguna pertubación en su carácter. En las últimas tres novelas, el conflicto ha sido siempre político: la crisis. Y todo la inmundicia pública que trae consigo: corrupción, clientelismo y abusos de poder. Ese es quizá el punto de vista más interesante de las investigaciones, la cantidad de cabreo saludable que exhibe el autor respecto a lo que está pasando en su país y cómo nos hace disfrutar cuando un asesino anónimo empieza a matar a banqueros, sindicalistas, políticos y demás basura pública para impartir su particular justicia. Menos literario e intrigante que Nesbo, su encanto reside en la simpatía del personaje y en el retrato de una Grecia en quiebra, tan actual.
Son dos visiones del género negro que describen caracteres y sociedades contrapuestas. La privada y la política, la dolorosa y la estoica, la intensa y la simpática. Y las dos me encantan.
Completamente de acuerdo con tus apreciaciones, en especial respecto a los caracteres de los "polis" y a la violencia de la historia, extensibles a los de otros protagonistas de novela policiaca nórdicos y latinos. Efectivamente tan distintos y tan… ¿cercanos?
ResponderEliminarMuchas gracias por estas pinceladas con que nos amenizáis la semana.
Fernando.
Gracias a ti, Fernando!
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