viernes, 13 de septiembre de 2013

LA ESCAFANDRA Y LA MARIPOSA

A partir de ahora ya sé lo que voy a responder cuando me pidan libros de autoayuda con voz lastimera:
¿Estás deprimida y el mundo te parece insoportable? Lee La escafandra y la mariposa.
¿Tus hijos te hacen la vida imposible? Lee La escafandra y la mariposa.
¿Te ha dejado la novia? Lee La escafandra y la mariposa.
¿Crees que no eres capaz de hacer nada? Lee La escafandra y la mariposa.
Y también:
¿Estás estupendamente y quieres leer un libro sorprendente y milagroso?
Lee La escafandra y la mariposa.

El 8 de diciembre de 1995 Jean-Dominique Bauby era un hombre de éxito de 43 años. Redactor jefe de la revista Elle, padre de dos hijos con una vida sentimental bastante movida, fue a buscar a su hijo en su flamante BMW nuevo, y a la vuelta empezó a marearse, a verlo todo doble y a perder el control de su cuerpo. Como en una alucinación producida por LSD. Pero irreversible. Y con unos efectos secundarios escalofriantes. Consiguió parar el coche pero se sumió en un coma que duraría tres semanas y del que despertaría con el cuerpo inmovilizado a excepción del párpado izquierdo. Todas sus facultades mentales quedaron intactas. Oía, olía, veía, comprendía, recordaba, sentía, pero no podía hablar ni mover nada más que el párpado izquierdo. Estaba cautivo de su propio cuerpo. Encerrado en una escafandra.

Pasados los primeros momentos de incredulidad, furia y terror, le dijeron que un parpadeo era sí y dos parpadeos no, y que para decir algo una ortofonista le recitaría un alfabeto modificado esperando un parpadeo que le indicara una letra, que seguida de otras formaría una palabra, que seguida de otras formaría una frase. A partir de ahí empezó una rudimentaria comunicación con el mundo exterior, escasa y terriblemente frustrante. Y es en este punto donde comienza mi admiración por la fuerza de voluntad de este hombre. Ante esa reclusión yo me habría encerrado más en mí mismo en un rechazo inconsciente a esa figura deforme y grimosa que me devolvía en el espejo y que veía en los rostros de los amigos que se atrevían a venir de visita. Pero él se agarró a su párpado izquierdo con todas sus fuerzas. Y creyó en algo. Quizá en sus hijos, en el vuelo de su mente intacta, en una rehabilitación parcial e improbable. No sé en qué, ni me importa. Pero tuvo la fuerza de creer que había algo más después de ese horror. Y escribió este libro.

Un libro directo, sin concesiones al dramatismo ni al victimismo. Nada de quejas ni de visiones doloridas de la vida (que por otra parte serían absolutamente legítimas). Predominan el buen humor, la cercanía y la sencillez. Y la poesía. Y eso es lo que me ha dejado k.o. Que un hombre que tarda una hora en dictar dolorosamente con el ojo en llamas un solo párrafo se ponga a construir perífrasis poéticas. Si queréis, podéis hacer la prueba mentalmente. Una media de seis parpadeos por palabra mientras te recitan un alfabeto una y otra vez y vosotros hablando de la suavidad de los colores de una puesta de sol o del recuerdo del sabor de un helado de vainilla sobre la piel del muslo de aquella chica alta y morena. Me admira que en medio de la fealdad de todo ese dolor haya guardado tanto espacio en su interior enclaustrado para la belleza. Una belleza que está presente en todos los capítulos del libro, en el lenguaje que se recrea en los recuerdos como medio para volver a vivir situaciones y sensaciones ya para siempre inalcanzables. Una belleza que es la razón de ser de la mariposa que dicta este libro y que vive presa dentro de la escafandra y que no cesa de volar.
Jean-Dominique Bauby murió el 9 de marzo de 1997, pocos días después de la publicación de este libro.

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