Decía Italo Calvino que "los clásicos son esos libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad". Todo el mundo sabe de qué trata Romeo y Julieta: el amor. El amor correspondido pero tan lleno de obstáculos que se convierte en una idea fija, la única razón de vivir. Y si el amor no se deja cortejar, entonces sólo la muerte "podrá convertirse en su lecho nupcial". Pero esta historia es mucho más que amor y muerte, está llena de diálogos chispeantes, de alusiones subidas de tono verdaderamente divertidas (¡y escandalosas!), de malentendidos, de odio irracional y de falso honor, y sobre todo de ciertos versos que uno lee y se los guarda como un pequeño tesoro que cuidar, una pequeña maravilla poética en la que reconocerse siempre, en cualquier momento de la vida.
Releer un clásico como éste es como regresar a un lugar que nos produjo una fuerte impresión y descubrir que más allá del recuerdo hay un sinfín de detalles que aún siguen vírgenes, a la espera de ser descubiertos. Y recomiendo Romeo y Julieta con una sensación curiosa, casi como si recomendara la Biblia o cualquier otro libro de culto, aunque en este caso sería el libro sagrado de los amantes desesperados, de una religión que hasta los más ateos profesan.
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