Craig Thompson publicó Blankets con algo menos de treinta años. Dos décadas después, con Raíces de ginseng ha vuelto a su infancia para completar una historia importante que no había contado. Ambos cómics son en buena medida autobiográficos y ahondan en las consecuencias de una educación cristiana estricta en Wisconsin. Una infancia que oscila entre el anhelo de la pureza que ofrecen las enseñanzas del dios cristiano y la culpa y el pecado con los que esas mismas enseñanzas castigan cualquier desviación del tortuoso e imposible camino a la pureza. En Blankets esa infancia dio paso a una historia de amor fulgurante que rompió con ciertas normas. En Raíces de ginseng, la infancia es un recuerdo al que no se puede volver aunque el anhelo de raíces esté siempre presente.
No conocía a este autor y he leído las casi mil páginas de estos dos cómics del tirón. Me han encantado. Tiene una capacidad expresiva fantástica y describe muy muy bien esa infancia tan especial en una granja de Wisconsin, una infancia como un agujero del que solo se puede salir soñando. Salvando las distancias, es muy fácil reconocerse en la soledad inabarcable del protagonista, que solo se le vuelve habitable a través del arte. Y, más tarde, a través del amor. Pero qué amor puede cargar con la responsabilidad de sanar una infancia así, de llenar de presencia y de futuro una soledad así.
Blankets también es la historia de una educación sentimental grunge en los noventa. Con su estética ambigua que desafiaba la masculinidad tradicional, cuántos chicos se exponían al acoso machista por llevar el pelo largo o no jugar a ningún deporte. Y cuántos hemos escuchado a Nirvana pensando con catorce años que no había futuro, o que el futuro era ese momento, esa canción, un espíritu adolescente que solo en sueños puede salir de su crisálida y expandirse.
Blankets es realista y mágico, sencillo y preciosista. Tiene una imaginación y una libertad expresiva maravillosas. Raíces de ginseng mantiene muchos de estos rasgos, transformados para describir realidades ajenas al mundo interior del narrador. Trata sobre la brecha social en Estados Unidos, sobre la desaparición de las granjas familiares provocada por la agricultura corporativa, sobre las propiedades medicinales del ginseng como metáfora de la necesidad de sanar que tiene nuestra economía global. Cuenta una infancia humilde y muy religiosa combinada con el trabajo infantil. Diez años cosechando ginseng, cuarenta horas semanales todos los veranos, marcan una infancia. Pero los recuerdos siempre transforman la realidad y, mediante su arte, el autor busca unas raíces que den sentido a lo vivido.
En los dibujos de Thompson hay elegancia, delicadeza y una sensibilidad cuyo espacio seguro no existe en nuestras sociedades ásperas, ruidosas y viscerales. Un anhelo constante de encontrar en el amor o en los recuerdos ese refugio de suavidad y conexión profunda que no es de este mundo.
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