Igual que hay cirujanos que a la hora de operar miran al paciente y solo ven carne, tripas, venas y tumores, Mae, cuando mira a la gente, lo único que ve son secretos. Secretos que ya conoce o que, tarde o temprano, acabará conociendo. Muy pocos secretos se le resisten. Son la materia prima de su trabajo. Con ellos seduce y disuade. Con ellos presiona y mercadea. Con ellos transforma la realidad a capricho de sus jefes y clientes. Con ellos distorsiona la realidad y apuntala la injusticia. A veces se pregunta si podrá en algún momento hacer algún bien que la termine resarciendo de todo el mal que ha provocado o consentido.
Basta cruzar una vez el muro invisible de la legalidad que nos mantiene a todos a raya para dejar de percibirlo para siempre. Y, a partir de ese momento, entrar en casas ajenas forzando cerraduras se convierte en algo tan natural como tomar un café en una terraza.
Nadie dice nada, pero todo el mundo cuchichea. Todo el mundo sabe que en el origen de toda fortuna se esconde un delito. Y el delito se da por hecho. Es algo connatural, es una lógica tan extendida que ya ni se piensa en ella. Y para hacer que todo siga así existen organizaciones como las que dan nombre a la Bestia, un conglomerado de empresas con múltiples ramificaciones que se dedican a lavar la cara y proteger la reputación de poderosos que se saltan la ley. A veces, Mae se pregunta qué hace trabajando ahí. A veces.
Esta es una de las mejores novelas negras que he leído en mucho tiempo. En ella se mastica el calor pegajoso y asfixiante de Los Ángeles. Sunset Boulevard arde y se ensucia a diario del humo que sale de los incendios. La meca del cine y del glamour y del eterno verano es un escenario que esconde entre bambalinas violencia e impunidad. Las bandas organizadas operan fuera y dentro de la policía. Hay miedo. Hay adrenalina. Hay velocidad.
Mae es una protagonista fantástica, una mujer que puede ser fría y dura mientras arde por dentro. Me ha recordado por momentos a Huntington Beach, de Kem Nunn, o a Una mujer inoportuna, de Dominick Dunne, además de a las novelas de James Ellroy y de Michael Connelly. Jordan Harper ha escrito una novela que apela a nuestro presente constantemente. Cuando la verdad se pliega al capricho de quien tiene el poder para imponer su relato, cuando la verdad deja de contar, perdemos una parte de lo que nos conecta y hermana con nuestros semejantes. Una parte de nuestra humanidad se muere. Y, por muy duros y fríos que hayamos aprendido a ser, lo que al final nos salva es lo que nos hace arder por dentro.
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