lunes, 7 de octubre de 2024

COMO SI FUERA UN RÍO

Como si fuera un río. Fluyendo, viajando de un lugar a otro. En perpetuo movimiento. Así deben vivir los que son perseguidos. Deslizándose en la oscuridad, siempre hacia delante. Así vive el joven Wilson Moon, un muchacho con la piel no suficientemente blanca para la susceptibilidad de la gente que necesita sentirse superior. 

En 1949, el diferente era siempre el culpable. Y para que no quedara duda, se usaban palabras como piel roja, mexicano, indio, chusma, ladrón, sucio perro. Palabras que escupían, palabras que señalaban y ponían una diana en la espalda de cualquier muchacho que se atreviera a pasear por un pueblo a plena vista. Un muchacho como Wilson Moon. 

A veces basta un único suceso en la vida de alguien para cambiar su curso para siempre. Para la joven Victoria Nash, ese suceso es cruzarse con Wilson Moon en una calle de su pueblo de Colorado. Cruzarse con su sonrisa, con sus ojos penetrantes. Con ese andar tranquilo y paciente que parece acoger en su movimiento el aire y la luz y el vuelo de las mariposas. 

Mi madre me recomendó esta novela con mucha pasión, y entiendo perfectamente por qué le gustó. Habla de maternidad, de renuncia, de amor invencible que no se deja abatir por el paso del tiempo. Habla de racismo y de dignidad, de violencia y de ternura. De una capacidad de resistencia puesta a prueba una y otra vez en las más duras circunstancias. Y de naturaleza salvaje. Y del sentido del asombro. Y de melocotones. 

La novela de los melocotones, ¿la has leído ya?, me decía. Y es que hueles a melocotones y tocas sus hojas dentadas y sientes la respiración de sus ramas mientras avanza esta historia de pérdida y redención y esperanza más allá de lo probable. Me ha gustado mucho. Me ha encantado. Tiene una sabiduría sencilla capaz de tocar canciones muy bonitas en las cuerdas de la sensibilidad de mucha gente.