P. y yo volvimos de Suecia fascinados. La semana que pasamos este verano nos supo a poco y, en el avión que nos alejaba del aeropuerto de Arlanda, nos prometimos volver pronto a seguir explorando el país de norte a sur. Como las vacaciones son escasas y no sabemos cuándo cumpliremos nuestra promesa, de vuelta a la tórrida meseta ibérica tratamos de conjurar la nostalgia (y de seguir alimentando la curiosidad) con la serie Vikingos. Que ya sé que estrictamente poco tiene que ver con Suecia y que es un topicazo como que un japonés vuelva de España y se ponga a seguir canales de flamenco en Youtube. Pero uno tiene las ideas y los placeres culpables que se puede permitir, así que allá nos pusimos a darnos el atracón de las seis temporadas. ¿Y esto qué tiene que ver con anglosajones? Pues a ello voy.
Entre que en nuestro viaje todos los suecos que nos encontramos parecían tan a gusto con el inglés como con el solecito improbable que tuvimos la suerte de disfrutar siete días seguidos, y que había pocas aficiones más gustosas para los vikingos que saquear las costas inglesas, mi placer culpable (¿culpable por qué?) me llevó a este libro. Y a la sinuosa fuente usada para el título. A veces bastan una A con vuelo y una E redonda como un escudo para hacer viajar la imaginación. Vi la portada y me lo llevé a casa. Sin más.
De todo lo que podría comentar de este libro, voy a intentar quedarme con tres ideas. La primera es que la historia de los pueblos que habitaron lo que hoy llamamos Gran Bretaña desde la caída del Imperio Romano hasta la conquista normanda en 1066 no se explica sin la influencia de los pueblos de origen germánico y escandinavo. De origen germánico fueron los sajones, jutos y anglos que llegaron a la isla y tomaron el poder en el siglo V. Y de origen escandinavo fueron los daneses y más comúnmente llamados "los hombres del norte" que llegaron a partir de 793 y que estuvieron casi tres siglos en contacto con los anglosajones y mezclándose con ellos. Pero la historia no ha tratado por igual a las invasiones de germánicos y escandinavos. A pesar de que ambos tenían unas costumbres, una religión y una cultura de origen similar, a posteriori a los germánicos se los consideró pueblo inglés y a los escandinavos, pueblo invasor. Que los primeros adoptaran mucho antes el cristianismo no es casual. Algo parecido pasó en la Península Ibérica con los visigodos y los árabes. Ambos invasores, ambos no cristianos en origen. Pero los primeros "llegaron" mientras que los segundos "invadieron". Los primeros son nuestros ancestros. Los segundos siempre serán los otros. Ay, las palabras. Ay, la xenofobia nuestra de cada día.
La segunda idea (y esta es más breve) es que el autor tiene un estilo fluido que da gustar leer. Atrás quedaron los ensayos académicos con mil notas al pie que más parecían escritos para un director de tesis encerrado en su torre de marfil que para que cualquier mortal pudiera entenderlos. Incluso en los momentos que menos me interesaban, sencillamente no podía parar de leer o saltarme páginas. Un diez para la claridad y la fluidez.
Y la tercera es que este ensayo, como la inmensa mayoría de ensayos históricos, es un relato pormenorizado de las vidas y milagros de un grupito reducidísimo de gente poderosa. De hombres poderosos. Yo entiendo que sus vidas son interesantes y que influyeron decisivamente en el desarrollo de las sociedades de su época, ¿pero qué pasa con el restante 99,99% de la población? Es que parece que si sabemos todo lo posible sobre unos cincuenta o sesenta reyes y nobles, podemos dar por sabida la historia completa de una isla como la inglesa durante cinco siglos. Y no sé. He echado en falta a la gente corriente. A las mujeres. A los desfavorecidos. A los que sufrían la megalomanía de sus reyes y nobles. A los campesinos. A los monjes. A los viajeros. Cómo se veían y cómo veían a los demás. Cómo entendían el poder, las migraciones, las religiones, la libertad. A qué aspiraban. He echado de menos tocar la tierra, escarbarla, olerla. Ya sé que no se le pueden pedir novelerías a los ensayos. Pero la tierra también es historia. A veces más que la ambición por una corona.
En fin. Que no pare la curiosidad por los vikingos (que, por cierto, parece que no se llamaban a sí mismos vikingos). Pronto caerá otro ensayo. Este promete más tierra y menos coronas.
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