jueves, 16 de febrero de 2023

CARTAS SOBRE LA EDUCACIÓN ESTÉTICA DE LA HUMANIDAD

He llegado a este libro de la mano de Andrea Wulf y su espléndido ensayo Magníficos rebeldes, sobre el Círculo de Jena y los primeros románticos. Reconozco que no he entendido ni la mitad, hay una abstracción filosófica para la que no estoy entrenado. Pero aunque Schiller daba vueltas a la pista a toda velocidad mientras yo correteaba a ratitos a su lado, ha sido un correteo feliz e iluminador que me ha hecho pensar en muchas cosas. Aquí van algunas. 

Dice Schiller: "La utilidad es el gran ídolo de nuestra época, y a él deben complacer todos los poderes y rendir homenaje todos los talentos". Y dos siglos después, seguimos en la misma situación. Se ve claramente en las nuevas leyes educativas, que priman las competencias sobre los contenidos, es decir la utilidad práctica sobre la adquisición del conocimiento, y que tienden a relegar cualquier materia puramente abstracta (desde el latín y el griego, pasando por la filosofía, hasta el estudio de las artes) al baúl de lo inútil y lo prescindible. También la utilidad se ve en el consumo industrial del arte, arte concebido por la gente como una mera distracción, una película elegida al azar para pasar el tiempo hasta que a uno le entre sueño, un libro ligero que evada y sobre todo no haga pensar en nada, una música que suene de fondo pero sobre todo no moleste y no exija que se le preste nunca verdadera atención ni sienta uno curiosidad nunca por saber quién la ha compuesto o quién la interpreta.  

"En esta vil balanza, las virtudes espirituales del arte no tienen ningún peso y, al quedar privadas de todo reconocimiento, desaparecen del bullicioso mercado de nuestro siglo". ¿Qué son las virtudes espirituales del arte? Probablemente, hoy en día pocos que no hayan desarrollado alguna actividad artística podrían responder a esta pregunta. El arte se percibe como cosa de elitistas. Y, al mismo tiempo, a través de la música, la literatura, el cine y la fotografía, el arte está tan omnipresente en nuestras vidas que apenas lo valoramos. Que alguien toque el piano es un adorno un puntito estrafalario, o friki, o elitista (si solo toca a Chopin), pero en cualquier caso es un adorno, un pasatiempo, una cualidad similar a cocinar comida tailandesa o hacer escalada. No hay nada espiritual, nada trascendental, en el arte que nos rodea. Porque no le concedemos la capacidad de empaparnos, porque no imaginamos el grado de profundidad y complejidad que exige y pasamos por alto la importancia de la belleza en nuestras vidas. No solo la mayoría nos hemos educado en familias emocionalmente analfabetas, sino también estéticamente analfabetas. De las emociones no se habla porque no tenemos palabras para manejarlas. De la belleza no se habla porque no le damos importancia. Belleza y emociones, cualidades asociadas tradicionalmente a lo femenino, y por ello, también, relegadas a la esquina de lo superfluo, lo vulnerable y lo débil. 

"Por mucho que beneficie a la totalidad del mundo el desarrollo aislado de las facultades humanas, es innegable que para los individuos ese fin universal es una maldición". Desde pequeños nos inculcan que si somos buenos en algo, tenemos que potenciarlo. Potenciarlo para competir, para sobresalir, para satisfacer la ambición de nuestros padres y la nuestra propia, construida a base de recompensas. Pero potenciar un talento implica, a menudo, ignorar otros posibles talentos que uno pueda tener, y esa especialización suele conllevar una cruel amputación de la diversidad de opciones de realización personal que conviven en cada uno de nosotros. La dedicación exclusiva a un único fin obedece a la finalidad de ser útil. El talento se pone al servicio de ganar dinero, de superar a los demás en alguna prueba, de servir al progreso de la sociedad. Pero qué progreso es ese si necesita castrar en las personas la capacidad innata de tener talentos múltiples. 

"El camino de la belleza conduce a la libertad". La belleza puede ser un ideal social, e incluso político. Lo que parece claro es que puede dotar de sentido a la vida liberándola de las cadenas de sus deberes y obligaciones. Tras toda una jornada dedicada a aquello que no podemos eludir, saber disfrutar de un momento de belleza es una forma de elevarnos de la brutalidad de la rutina y reclamar un espacio de percepción exclusivamente nuestro, para nosotros, una habitación propia en nuestra mente en la que respirar, cuidarnos y coger fuerzas para volver a la lucha cotidiana. A veces basta una canción, tres versos, el aleteo de un pájaro o una flor rosa en tu salón para que el mundo se reordene y recupere el sentido. Pero no todo el mundo sabe percibir la belleza que le rodea, y por eso es tan necesaria una educación estética que nos haga no solo más felices, sino mejores personas. 

Educar en la belleza es educar en la percepción simbólica del mundo. Para ello, es necesario acumular toda la experiencia del mundo sensorial que sea posible. Una flor rosa en nuestro salón nos gusta porque nos hace pensar en la primavera, en las cualidades táctiles, visuales y olfativas de las flores. Nos gusta, por lo tanto, no solo por sí misma sino por lo que proyecta en nuestra imaginación. Nos gusta por comparación. Si sabemos, además, el nombre de la flor, o que es originaria de Japón, si da la casualidad de que hemos estado en Japón y hemos leído algún haiku que la menciona cuyo contenido hemos compartido con una persona amada, entonces el placer de nuestra percepción de esa flor rosa se multiplica. Nuestra capacidad de percibir la belleza depende directamente de la variedad de nuestras experiencias. Y lo que limita nuestras experiencias, y por lo tanto sabotea nuestra educación estética, no solo es la ignorancia: es el miedo. El miedo a salir de lo conocido, a diversificar los gustos aprendidos, a salir de nosotros mismos para incorporar lo desconocido a lo que somos. En este sentido, la educación estética es una educación humanística, pues se basa en la necesidad de acoger al otro, con sus diferencias y sus necesidades, de abrazar lo ajeno para ampliar nuestra realidad y nuestra capacidad de pensar y de sentir. La belleza conduce a la libertad porque es lo contrario del miedo, lo contrario de la represión, y también, por su capacidad para trascendernos, lo contrario de la muerte. 



 
 

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