Como un mecanismo de relojería, tic tac tic tac, preciso e infalible. Así avanza esta novela breve de Arantza Portabales, encajando pieza tras pieza con precisión milimétrica hasta que todo cuadra, hasta que pones la última pieza del puzle, te alejas sonriente para ver el dibujo completo y resulta que lo que parecía una montaña es un camello, el verde es más bien un azul furioso y las praderas apacibles se han convertido en un mar encrespado que lo devora todo.
Leer a Arantza es un poco como viajar a casa. Viajar porque es Galicia y no tengo la suerte de vivir allí. Y a casa porque esa tierra la siento mucho más cerca de lo que soy y de lo que quiero que esta planicie seca y abarrotada en la que leo. Pero no solo es Galicia lo que me atrae de sus novelas. Es el ritmo. La forma de perfilar los personajes. Esa forma que tiene de enlazar los capítulos y profundizar poco a poco en la historia que es como meterse en una sonda e ir bajando a las profundidades del mar. Unas profundidades oscuras, inquietantes y llenas de vida. Como los fondos marinos. Como la vida secreta de cualquiera.
La autora escribió esta novela en 2015, y ahora la ha reescrito para darle una nueva vida a su protagonista, una mujer de ambición arrolladora perseguida por un secreto de su adolescencia. Y no he dejado de pensar en qué pasaría si los secretos de nuestras adolescencias, esos en los que apenas nos atrevemos a pensar y que no contaríamos ni a nuestras mejores amigas, salieran un día a la luz y nos persiguieran con toda su desnudez y toda su violencia. Qué haríamos con ellos. Qué sería de nosotros si un buen día ya no pudiéramos seguir escondiéndonos bajo las máscaras del trabajo, la familia y esa gruesa pátina de buena educación con que nos protegemos del pasado.
Dos días. No me ha durado más esta novela entre las manos. Y ya estoy deseando que Arantza se saque más historias de la manga y nos las sirva en bandeja fría, con su ritmo implacable y su mecanismo de relojería, tic tac tic tac. Por más Galicias y oscuros fondos del mar.
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